
Una promesa que finalmente te cumplo…
En la oscuridad de la sala, demasiado tarde para poder a hablar en voz alta, mi hermano menor se acercó a preguntarme qué hacía. Era nuestro ritual diario, ninguno de los dos podía dormirse temprano en vacaciones
-Ay Cofi, es que hace varias semanas no publico ninguna entrada en mi blog – suspiré con tristeza y luego agregué – siento que en mi vida no pasa nada interesante.
Él, con unos 15 años tan bien llevados que de alguna manera extraña me hacen sentir que es más maduro que yo, cruzó los brazos y se sentó a mi lado pensativo. Yo dejé de ponerle atención, hasta que me habló de nuevo:
-Está bien – me dijo suspirando profundamente – te presto la historia de Susana y yo para que la cuentes en tu blog
Primero me quise reir, luego pensé por un instante. A él le gustaba hablar de ella y a mí… bueno, a mí me gustaban las historias de adolescentes y no tenía nada más sobre qué escribir.
-Es un trato – le dije abriendo una nueva entrada – pero tendrás que contarme toda la historia otra vez
-Ausencia, pero si prácticamente te la sabes de memoria – me dijo esperando que le insistiera un poco más
-Eso nunca basta para un escritor, hermano mío.
Supongo para él eso fue suficiente insistencia, en un instante ya había retrocedido 6 meses y comenzado a hablar. Yo sencillamente empecé a copiar, trasladando paralelamente su historia de español adolescente a español normal
“Algún día la vi en un pasillo. Julián me dijo que parecía ser muy querida y a yo coincidí con él, además de ser demasiado linda. Acababa de llegar de otro colegio y estaba en séptimo, un año menos que yo. Nos volvimos amigos inmediatamente, no tengo muy claro por qué,supongo que a ella le gustaba llorar y a mí no me molestaba calmarla. Incluso me sentía orgulloso que fuera a mí, y no a cualquier otro pendejo, al que llamara.Eso que tengo que admitirlo, cuando se ponía demasiado llorona o dramática en el teléfono, yo pretendía oírla mientras me metía al computador.
Si tuviera que definirla con una palabra, tendría que ser dramática. Siendo la hija menor de un matrimonio divorciado, con dos hermanas mayores que prácticamente ya habían hecho su vida aparte y una personalidad demasiado explosiva, los líos que ella misma se armaba para llamar la atención eran bastante grandes. Pero así la aprendí a querer y nos volvimos inseparables, ser su mejor amigo tenía sus privilegios.Mi grupo de amigos cambió y conocí a muchísima 9gente, el colegio ya no me parecía tan aburrido después de todo.
Un día, luego de tres meses de observarnos detenidamente, Sara, su mejor amiga, se me acercó durante el recreo:
-Te deben haber preguntado mil veces, pero ¿cierto que a ti definitivamente no te gusta Susana?
-¡Que no! Ya estoy harto de que me pregunten – y de esconder que en realidad si me gusta, pensé para mis adentros – somos sólo dos mejores amigos, ¿por qué la gente no puede ver a un hombre y a una mujer ser solo buenos amigos?
Ni yo creía en lo que le decía, pero ¿qué más podía hacer? No sólo era ella, todo el mundo me preguntaba. Y si no lo hacían era porque lo daban por hecho. Mis hermanos, mi hermana, mis amigos, sus amigas, nadie me dejaba en paz. Por eso, cuando Sara me preguntó quise decirle la verdad, salir de eso. Pero guardé silencio, esperé que ella hablara:
-Yo sé que si te gusta – se enredo el pelo entre el dedo mientras esperaba que yo lo negara todo otra vez y dejó un poco de suspenso en el aire antes de completar – Igual a ella le gusta alguien de tu salón.
Claro, sólo eso me faltaba, Susana tragada de otro niño que seguro la haría llorar y yo seguiría como el idiota calmándola y sin poder decirle lo que sentía. ¿Quién podría ser? ¿algún amigo mio, cualquier equis del salón, uno de mis enemigos?
El siguiente descanso me acerqué a ella con la firme intensión de salir de las dudas.
Ella sencillamente se negó a contarme, lo cual me pareció muy extraño… Susana nunca me escondía nada.
Pasó un largo fin de semana, después del cual llegó el esperado lunes. Ni siquiera recuerdo cuál fue la primera clase de aquel día, sólo sé que mi estómago no se quedaba quieto, se me acababa de ocurrir algo que nunca había pensado: ¿sería yo aquel nuevo amor de mi mejor amiga?
Lo hablé con un par de amigos y trazamos un plan.
-Susi, a mí también me gusta alguien – le dije en el primer descanso
Ella me miró con curiosidad, luego bajó los ojos al suelo para preguntar:
-¿Si? ¿quién es?
-Sólo si tú me dices quién te gusta a ti, yo te digo.
Yo supe que ella diría la verdad, por eso decidí que yo no lo haría.
-Él es de tu salón
-Ella es de séptimo, pero no del tuyo
-Él se sienta con nosotros
-Ella no
-Él es amigo de Julián,
-Ella de Natalia
-El de Santiago,
-Ella de Susana
-El de Geometría…
Un amigo imprudente, a quién le había llegado la conversación a los oídos, afirmó burlándose:
-Eh… Susana, solo le falta decir que es Cofi.
Ella se puso muy nerviosa, lo miró feo y no me dijo nada. Yo sencillamente me paré, le dije a Pava que se encargara y me fui a otro lugar. Para el tercer descanso Pava me tenía toda la información
-Si es usted Cofi, aproveche que parece que ella quiere algo serio.
En la tarde la llamé a su casa:
-¿Podemos vernos para hablar?
-No, no puedo
-Pava me contó todo
Ella se quedó callada, colgamos. Me quedé sentado junto al teléfono algunos minutos después, me intentaba parar pero algo me ataba a esa silla. No lo aguanté y marqué el número de nuevo, mi corazón latía a mil.
-¿Aló?
-Está bien Susi, lo acepto. Eres tú la que me gusta.
Vino un incómodo silencio, quedamos en hablar al día siguiente.
En el segundo descanso nos sentamos juntos en una manga, a los lejos todo el mundo nos podía ver. Lo hablamos todo, por fin nos decíamos lo que sentíamos de frente y no a través de los chismes.
Le di un beso, luego le pedí que fuera mi novia. Antes de que sonara el timbre, le di otro. Salí sonriendo a clase, sonriendo como un completo idiota inocente de la maldad femenina.
Pero aunque el amor nos haga ciegos, las personas son lo que son inevitablemente. Eso lo entendí después, exactamente 24 horas después, cuando ella llegó confundida.
-¿Confundida con qué? – le pregunté indignado
Me dio una de esas explicaciones que solo las mujeres parecen entender, nada con mucho sentido, como ella misma. Luego me terminó, así como si nada. Allí mismo la dejé hablando sola.
Pasé meses triste, incluso mi hermana mayor, que no suele saber mucho de mí, se aprendió la historia de memoria.
Después de terminar, la amistad nunca volvió a ser la misma, eso lo que ahora más me duele. Ella sigue armando líos, pasando de tipo en tipo, siendo el chisme del colegio, emborrachándose, siendo nuestra novela personal. Ya nos reímos un poco cansados de su drama. Pero a veces, cuando llora, sé ya no me llama a mí, y eso, nada más de vez en cuando, me hace extrañarla…”
El sonido de la puerta de mi madre nos hizo saltar a ambos, aun con 20 y 15 años le tenemos miedo cuando sabemos que por nuestra culpa se ha despertado.
-¡Qué son estas horas, yo tengo que madrugar y no me dejan dormir! – nos gritó desde el pasillo – Además, Cofi tiene colegio mañana. ¡A la cama los dos!
Cuando cerró de nuevo la puerta, ambos nos dirigimos a nuestros cuartos. Pero justo antes de entrar, notando que aun pensaba en ella, intenté decirle algo, lo que fuera, para hacerlo sentir mejor.
Al final decidí guardar silencio. Hablando sinceramente, ¿qué autoridad moral puedo tener yo en temas de mejores amigos y novios de una noche?
-Hasta mañana, Cofi