Tierra

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Ella a veces sueña con el olor a tierra. El bosque está desierto y entre las hojas de los pinos se cuela la luz del sol. Ella escarba la tierra y sus uñas se van llenando de color café, no hay nadie alrededor. No se detiene hasta que el hoyo tiene la forma de su cuerpo. Luego, se quita los zapatos rojos, el collar y el reloj.

Se acuesta sobre la tierra, abraza sus rodillas, cierra los ojos. El viento la va cubriendo. No se oyen mas los sonidos del mundo, las risas grises, los susurros.

Ella a veces sueña con el olor a tierra, que tapona sus oídos y la deja por fin en perfecta soledad.

Saturday

 

La mano alrededor de la cintura, el ritmo de la salsa dentro de nuestros zapatos y contra el suelo. El uno-dos-tres, uno-dos-tres. La alemana no sabe cómo mover la cintura. Nos reímos e intentamos enseñarle, pero estamos perdidos dentro de nuestros círculos. La cocina está llena de círculos y son solo nuestros. Hacemos el ocho, bailamos hacia atrás, nos escondemos dentro de tazas llenas de tequila barato. Alguien escribe la palabra THINK en mi muñeca con marcador permanente rojo. La palabra roja también baila. Flota en el aire, en la mano que me da la vuelta, en los ojos que se detienen a mirar, en el brazo que me acerca.

Monday

Las horas meciéndose despacio – hacia atrás, hacia adelante, hacia atrás, hacia adelante – alrededor de los zapatos que esperan bajo la mesa. El café frío, el café malo, el café que no es café colombiano. El rostro mira la pantalla, los ojos no miran nada. El jefe entra a la oficina, su voz es gorda. Su cabeza calva. Nos paga porque necesita amigos, alguien me dijo alguna vez. El cuenta un chiste y toca mi hombro. Arde. Me río. La tarde se vuelve tan larga como un viaje a Medellín. Me gusta pensar en Medellín en español, es mas mío, como las palabras guayacán amarillo. Algo se mueve dentro de mi cuerpo, como una ola, como un tren con alas que choca contra la piel. Después, el caos de flores amarillas, café frío, palabras en español, regados por el piso. ¿Qué paso con la niña colombiana? El jefe pregunta. Nadie sabe. Son las cuatro de la tarde.

La Mujer Cuadrado

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Comienzo a odiarla. No sé si es porque habla con la espalda demasiado recta, o porque mantiene sus brazos en un ángulo de 90 grados mientras se expresa.Todo en ella son ángulos rectos, menos sus labios, estos parecen reventados por una caja de dientes rebelde que intenta escapar.

Por culpa de su exagerada postura, una cola grande resalta entre su traje negro, ¡y esa bufanda amarilla amarrada a su cuello, ahogándola como su recto pensar a los estudiantes desesperados dentro del salón!
En su mundo todo está planificado, puesto en su lugar, y en su clase todo debe seguir igual. Por eso los lápices están organizados en línea recta en su pupitre, por eso endereza mi espalda cuando se da cuenta que me voy quedando dormida y luego se acerca a otra niña y le descruza los brazos:
– Una mujercita siempre debe estar bien puestesita
Ese ita resuena en mi cabeza multiplicado por mil.
Los 32 alumnos miramos silenciosamente el tablero, yo me siento sola. La mujer cuadrado me desespera, me enerva. ¿Seré solo yo la que piensa así? Salto en mi silla sin moverme, grito sin ser oída, me arranco los pelos de la cabeza sin que mi manos suelten el lápiz.
El cuadrado que es ella misma me encierra, sus muros comienzan a ahogarme. Las paredes se van acercando, no puedo respirar, el concreto me asfixia, comienzo a respirar con fuerza, «inhala, exhala, hazlo» ¡no puedo! Mi cara se convierte en una uva de color morado y entonces, no aguanto más.
Todo lo incoherente de mi ser estalla como piñata en fiesta infantil, salen primero las ranas, los moscos verdes, las palabras al revés.
La clase de detiene,
todos me miran en silencio,
se muerden los labios,
aguantan la respiración.
La mujer cuadrado salta escandalizada de su puesto y me mira de frente, en sus dedos se deshace una tiza. Quiere correr hasta mí y ahogarme en ángulo recto, pero se queda quieta. La ira se acumula que su frente, choca contra la mía. Yo no bajo la mirada, dejo que las incoherencias salten libres por entre el salón, que el desorden de mi mente revuelva los papeles.
– ¡Muchachita – me grita, aún intentando mantener su compostura – te exijo que inmediatamente recojas este desastre!
Yo no hago nada, quizás alzo una ceja, de pronto encojo los hombros.
Silencio, solo el ruido de las incoherencias corriendo, de las moscas zumbando, del viento afuera del salón.
Luego, un resquebrajar.
Pequeños pedazos de polvo que caen en las cabezas de los estudiantes.
La cabezas se alzan.
El sonido de las tejas partiéndose.
– ¡Quítense todos de aquí! – grita un estudiante saltando de su puesto, todos lo siguen hasta el tablero.
Me quedó sola en medio, con la mirada de la mujer cuadrado en mi frente, y sé lo que va a suceder, ¡lo sé, lo sé, y no es nada bueno!
 
Un pedazo del techo cae escádalosamente sobre los pupitres vacíos, la mujer cuadrado ya no me mira a mí, sus ojos lentamente comienzan a levantarse hacia arriba y desde allí, parpadeando coquetamente, con sus largas pestañas, contrastando con el cielo azul, le devuelve la mirada un inmenso dinosaurio fucsia.
Pasan dos segundos y solo queda de ella su silueta dibujada en un hueco de la pared, obviamente con ambos brazos en ángulo recto, y un eco de un grito agudo en nuestros oídos.
Empaco mi imaginación de nuevo en su lugar, pero dejo el dinosaurio libre para andar por la universidad. Camino hacia la puerta del salón y alguien me susurra al oído:
– No te preocupes, a todos los que estábamos allí casi nos pasa lo mismo.
Un poco confundida salgo al pasillo y sorprendida miro el panorama. Detrás del mío, 31 dinosaurios de todos los colores esperan haciendo fila,
uno
detrás
del
otro.

Historias de casi ficción

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Me levanté de la cama cuando aun las cobijas reclamaban mi presencia. Caminé perezosamente hasta la cocina, pasé por el lado del espejo notando que aun llevaba la misma ropa de ayer. Mis ojos, llenos de pestañina regada, parecían no querer despertar; de mi pelo, de eso mejor ni hablar.

Salí de la cocina con un tazón de Zucaritas en mi mano y una bolsa de leche sin abrir en la otra. Me senté y noté que debajo de la puerta se asomaba un ejemplar del periódico.
– Tan raro, yo no tengo una suscripción a ese periódico.
Aun así, y con la poca pasión por el periodismo que a veces se despierta en mí, corrí a recogerlo. La muerte del Mono Jojoy en primera plana, un poco más abajo algunos partidos de fútbol, un comentario de un político tonto, Piedad Córdoba destituida… pero antes de cerrarlo, un titular en la esquina llamó mi atención, mi estómago dio tres vueltas antes de comenzar a leerlo:
HOMBRE HERIDO A MANOS DE DOS UNIVERSITARIAS
 
En las horas de la noche, en un bar recién inaugurado a las afueras de la Fría Ciudad, se reportaron serios disturbios. La Policía tuvo que allanar el lugar. Un joven de 22 años fue retirado en ambulancia, las jóvenes responsables permanecen en libertad luego de ser interrogadas. Los hechos no están claros aún.
 
«Yo no sé, esas viejas llegaron todas agresivas a pegarme sin razón alguna» afirmó la víctima mientras era llevado a la ambulancia, «la primera intentó ahorcarme y cuando me la lograron quitar de encima y llevársela, llegó la segunda a empujarme. Me dejó tirado en el suelo. Yo no estaba haciendo nada malo»
 
Los disturbios se iniciaron alrededor de las 8 de la noche. Laura Yomo, estudiante universitaria y testigo de los acontecimientos le informó al periódico cómo comenzó todo: «Yo estaba con Carla, una amiga. Nos acabábamos de encontrar en el bar de enfrente y caminamos hasta la barra de este bar. Ella me estaba contando que le gustaba un niño que estaba justo al lado. Cuando el niño comenzó a acercarse a nosotras, Juana salió como loca a ahorcarlo. Él tenía un escapulario en el cuello y prácticamente se lo arrancó… Yo realmente no entiendo lo sucedido, porque Juana es muy amiga de Carla»
 
Según testigos, cuando logró arrancarle el escapulario a la víctima, Juana salió corriendo hacia el baño y se encerró allí. Mientras unos corrían al baño a intentar entender qué sucedía, la víctima se paró de la barra mareado y comenzó a caminar rumbo al interior del bar.
 
«Yo intenté caminar hacia él, para pedirle disculpas por lo sucedido, relató Carla, y entonces vi como venía Ausencia (Oh, Dios!) como loca directamente hacia nosotras. Preferí ir al baño por Juana, a ver si me devolvía el escapulario, porque Ausencia parecía imposible de detener»
 
El bartender del sitio, Álvaro Torres, estaba bailando con Ausencia cuando esta de repente comenzó a correr hacia la víctima. «Yo estaba normal, bailando con ella… ella ya se habían tomado dos botellas de aguardiente, pero estaban bien. De repente la veo que se comienza a poner roja de pies a cabeza, deja de bailar y sale corriendo hacia un tipo con un saco de rayas azules y rojas»
 
Varios testigos afirman que Ausencia empujó al hombre al piso de piedras y lo insultó por lo menos 10 minutos seguidos. «Lo más extraño de todo, afirmó Laura Yomo, es que ninguna de las dos niñas presenció como la otra le pegaba. Tanto Juana como Ausencia reaccionaron de la misma manera al ver a la víctima hablando con su amiga»
 
«Eso seguramente fue una pelea de celos, típica pelea de viejas por un tipo» afirmaron varios clientes del sitio.
 
Las responsables de los disturbios fueron retiradas inmediatamente del sitio, ninguna de las dos ha hecho declaraciones hasta el momento. Lo más cercano fue el grito que pegó Ausencia, y al que se le unió Juana, cuando eran retiradas a la fuerza por la policía:
 
«¡No te vuelvas a pasar por aquí, malparido!»
Solté el periódico temblando, subí corriendo al segundo piso del apartamento donde Juana dormía profundamente. Volví a bajar, cogí mi celular y rogando tener un minuto, borré varias veces lo que escribí hasta que finalmente lo envié:
«Carla, llevamos 3 años viéndote llorar por él… estábamos cansadas de que te hiciera daño…»
—–
Nota: Esta historia es ficcional
Nota2: Carla, en serio lo sentimos…

Para mi hermano menor

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Una promesa que finalmente te cumplo…

En la oscuridad de la sala, demasiado tarde para poder a hablar en voz alta, mi hermano menor se acercó a preguntarme qué hacía. Era nuestro ritual diario, ninguno de los dos podía dormirse temprano en vacaciones

-Ay Cofi, es que hace varias semanas no publico ninguna entrada en mi blog – suspiré con tristeza y luego agregué – siento que en mi vida no pasa nada interesante.

Él, con unos 15 años tan bien llevados que de alguna manera extraña me hacen sentir que es más maduro que yo, cruzó los brazos y se sentó a mi lado pensativo. Yo dejé de ponerle atención, hasta que me habló de nuevo:

-Está bien – me dijo suspirando profundamente – te presto la historia de Susana y yo para que la cuentes en tu blog

Primero me quise reir, luego pensé por un instante. A él le gustaba hablar de ella y a mí… bueno, a mí me gustaban las historias de adolescentes y no tenía nada más sobre qué escribir.

-Es un trato – le dije abriendo una nueva entrada – pero tendrás que contarme toda la historia otra vez

-Ausencia, pero si prácticamente te la sabes de memoria – me dijo esperando que le insistiera un poco más

-Eso nunca basta para un escritor, hermano mío.

Supongo para él eso fue suficiente insistencia, en un instante ya había retrocedido 6 meses y comenzado a hablar. Yo sencillamente empecé a copiar, trasladando paralelamente su historia de español adolescente a español normal

“Algún día la vi en un pasillo. Julián me dijo que parecía ser muy querida y a yo coincidí con él, además de ser demasiado linda. Acababa de llegar de otro colegio y estaba en séptimo, un año menos que yo. Nos volvimos amigos inmediatamente, no tengo muy claro por qué,supongo que a ella le gustaba llorar y a mí no me molestaba calmarla. Incluso me sentía orgulloso que fuera a mí, y no a cualquier otro pendejo, al que llamara.Eso que tengo que admitirlo, cuando se ponía demasiado llorona o dramática en el teléfono, yo pretendía oírla mientras me metía al computador.

Si tuviera que definirla con una palabra, tendría que ser dramática. Siendo la hija menor de un matrimonio divorciado, con dos hermanas mayores que prácticamente ya habían hecho su vida aparte y una personalidad demasiado explosiva, los líos que ella misma se armaba para llamar la atención eran bastante grandes. Pero así la aprendí a querer y nos volvimos inseparables, ser su mejor amigo tenía sus privilegios.Mi grupo de amigos cambió y conocí a muchísima 9gente, el colegio ya no me parecía tan aburrido después de todo.

Un día, luego de tres meses de observarnos detenidamente, Sara, su mejor amiga, se me acercó durante el recreo:

-Te deben haber preguntado mil veces, pero ¿cierto que a ti definitivamente no te gusta Susana?

-¡Que no! Ya estoy harto de que me pregunten – y de esconder que en realidad si me gusta, pensé para mis adentros – somos sólo dos mejores amigos, ¿por qué la gente no puede ver a un hombre y a una mujer ser solo buenos amigos?

Ni yo creía en lo que le decía, pero ¿qué más podía hacer? No sólo era ella, todo el mundo me preguntaba. Y si no lo hacían era porque lo daban por hecho. Mis hermanos, mi hermana, mis amigos, sus amigas, nadie me dejaba en paz. Por eso, cuando Sara me preguntó quise decirle la verdad, salir de eso. Pero guardé silencio, esperé que ella hablara:

-Yo sé que si te gusta – se enredo el pelo entre el dedo mientras esperaba que yo lo negara todo otra vez y dejó un poco de suspenso en el aire antes de completar – Igual a ella le gusta alguien de tu salón.

Claro, sólo eso me faltaba, Susana tragada de otro niño que seguro la haría llorar y yo seguiría como el idiota calmándola y sin poder decirle lo que sentía. ¿Quién podría ser? ¿algún amigo mio, cualquier equis del salón, uno de mis enemigos?

El siguiente descanso me acerqué a ella con la firme intensión de salir de las dudas.

Ella sencillamente se negó a contarme, lo cual me pareció muy extraño… Susana nunca me escondía nada.

Pasó un largo fin de semana, después del cual llegó el esperado lunes. Ni siquiera recuerdo cuál fue la primera clase de aquel día, sólo sé que mi estómago no se quedaba quieto, se me acababa de ocurrir algo que nunca había pensado: ¿sería yo aquel nuevo amor de mi mejor amiga?

Lo hablé con un par de amigos y trazamos un plan.

-Susi, a mí también me gusta alguien – le dije en el primer descanso

Ella me miró con curiosidad, luego bajó los ojos al suelo para preguntar:

-¿Si? ¿quién es?

-Sólo si tú me dices quién te gusta a ti, yo te digo.

Yo supe que ella diría la verdad, por eso decidí que yo no lo haría.

-Él es de tu salón

-Ella es de séptimo, pero no del tuyo

-Él se sienta con nosotros

-Ella no

-Él es amigo de Julián,

-Ella de Natalia

-El de Santiago,

-Ella de Susana

-El de Geometría…

Un amigo imprudente, a quién le había llegado la conversación a los oídos, afirmó burlándose:

-Eh… Susana, solo le falta decir que es Cofi.

Ella se puso muy nerviosa, lo miró feo y no me dijo nada. Yo sencillamente me paré, le dije a Pava que se encargara y me fui a otro lugar. Para el tercer descanso Pava me tenía toda la información

-Si es usted Cofi, aproveche que parece que ella quiere algo serio.

En la tarde la llamé a su casa:

-¿Podemos vernos para hablar?

-No, no puedo

-Pava me contó todo

Ella se quedó callada, colgamos. Me quedé sentado junto al teléfono algunos minutos después, me intentaba parar pero algo me ataba a esa silla. No lo aguanté y marqué el número de nuevo, mi corazón latía a mil.

-¿Aló?

-Está bien Susi, lo acepto. Eres tú la que me gusta.

Vino un incómodo silencio, quedamos en hablar al día siguiente.

En el segundo descanso nos sentamos juntos en una manga, a los lejos todo el mundo nos podía ver. Lo hablamos todo, por fin nos decíamos lo que sentíamos de frente y no a través de los chismes.

Le di un beso, luego le pedí que fuera mi novia. Antes de que sonara el timbre, le di otro. Salí sonriendo a clase, sonriendo como un completo idiota inocente de la maldad femenina.

Pero aunque el amor nos haga ciegos, las personas son lo que son inevitablemente. Eso lo entendí después, exactamente 24 horas después, cuando ella llegó confundida.

-¿Confundida con qué? – le pregunté indignado

Me dio una de esas explicaciones que solo las mujeres parecen entender, nada con mucho sentido, como ella misma. Luego me terminó, así como si nada. Allí mismo la dejé hablando sola.

Pasé meses triste, incluso mi hermana mayor, que no suele saber mucho de mí, se aprendió la historia de memoria.

Después de terminar, la amistad nunca volvió a ser la misma, eso lo que ahora más me duele. Ella sigue armando líos, pasando de tipo en tipo, siendo el chisme del colegio, emborrachándose, siendo nuestra novela personal. Ya nos reímos un poco cansados de su drama. Pero a veces, cuando llora, sé ya no me llama a mí, y eso, nada más de vez en cuando, me hace extrañarla…”

El sonido de la puerta de mi madre nos hizo saltar a ambos, aun con 20 y 15 años le tenemos miedo cuando sabemos que por nuestra culpa se ha despertado.

-¡Qué son estas horas, yo tengo que madrugar y no me dejan dormir! – nos gritó desde el pasillo – Además, Cofi tiene colegio mañana. ¡A la cama los dos!

Cuando cerró de nuevo la puerta, ambos nos dirigimos a nuestros cuartos. Pero justo antes de entrar, notando que aun pensaba en ella, intenté decirle algo, lo que fuera, para hacerlo sentir mejor.

Al final decidí guardar silencio. Hablando sinceramente, ¿qué autoridad moral puedo tener yo en temas de mejores amigos y novios de una noche?

-Hasta mañana, Cofi

Un viejo y curioso escrito

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Ya estoy harta de aquel problemita con los cocteles y el alcohol. Son demasiadas las madrugadas en las que no puedo dormir por culpa del remordimiento que trabaja, junto al hígado, a altas horas de la noche.

Es que yo digo, si encontrara utilidad alguna en estas noches, si un cuento asomara su cabeza disimuladamente por las esquinas de un pasillo y me gritara: “¡Oh! Aquí estoy, inténtame atrapar”, pues bueno, yo diría que mi noche tendría sentido alguno. Pero estar sentada frente al teclado y saber que lo único que sale de la punta de tus dedos contra las teclas es pura basura, no es muy placentero. Es que, no sé, me gustaría que apareciera un personaje parado justo a mi lado. Ya sé, sentémoslo, ¿quién dice que no puedo?

Pero… ¿quién sería?

– Quien tú me quieras hacer

– Ay, tan simple lo haces ver, querido amigo, pero si ayudaras un poco, sería genial.

– Soy tu creación, me siento a tu lado porque tú me lo ordenas, me despiertas del mundo de lo aun no escrito y ahí está tu reto, hacer que mi despertar valga la pena.

– Que tu despertar valga la pena… Que interesante muñequito eres tú, curioso sin lugar a dudas. Pasa por mi cabeza volverte un ser azul, una galleta navideña, el joven de las paredes rojas, un coctel de puro tequila, pero es patético todo aquello.

– Definitivamente patético, hazme algo más grande y poderoso

– ¿Dios?

– No me hagas reir… tú jamás podrías con Dios como personaje.

– ¿Un fantasma?

– Si te aguantas mi presencia fantasmagórica, porque de hecho comenzaré a existir cuando lo digas, entonces me sentaré justo a tu lado, si quitas ese libro del sofá, y te hablaré de cómo morí asesinado.

– No, sabes qué… Mejor no. Vas a ser, vas a ser…

El ser sin definición se sienta a mi lado, luego de quitar el libro que le impedía sentarse allí, esperando saber quién será. Monta ambos pies al sofá, sin pensar que mi madre se pondrá furiosa cuando vea las pequeñas manchas que han dejando sus pies, y me mira, esperando.

– Serás, yo misma.

– ¿Ah?

– Si, yo tampoco lo entiendo a la perfección aun, déjame procesarlo.

– Pero, antes que lo proceses y me tornes en otra tú, déjame preguntarte algo. Si la soledad y el desocupe llenan de vacíos tu alma esta noche, ¿qué te hace pensar que tener otra tú, que este igualmente llena de vacíos de una madrugada como esta, te hará sentir mejor?

– ¡Confundes todo! Quédate más bien callado, o callada, aun no me queda demasiado claro.

(Es que claro, además de creados por uno, salen exigentes… ¡no, no, no!)

– Ey!! Deja de mirar lo que escribo!

El ser, o como bien diría mi profesora de filosofía, el ente, cruza los brazos y alzando la ceja, da media vuelta. Ahora me da la espalda, claro, mi misma creación ahora me da la espalda, me encanta el apoyo incluso de los personajes de una obra que no quiere surgir.

Mejor me voy a dormir, esto de ser escritora requiere de excesiva psicología barata.

Había una vez, en el colegio…

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———

Durante la época de colegio, había una sensación que nunca se me quitaba, y era la de sentirme atada por un alfiler a una silla en la que no quería estar, obligada a poner atención a un tema del cual rara vez quería aprender. De esa manera nació el cuaderno azul, un montón de hojas en donde desahogaba mi desespero mientras las profesoras juraban que estaba tomando nota atentamente.

Hace unos días lo reencontré y pasé horas leyéndolo. Me hizo sonreir TANTO que decidí compartir con ustedes un relato escrito allí.

16/02/2006

Estábamos en clase de filosofía cuando de repente un gran dinosaurio verde con su enorme pata destruyó el techo del salón. Cada una de las alumnas quedó boquiabierta mirando aquel grandísimo animal verde, casi como si pensaran que había sido sacado de la imaginación de alguna de las alumnas distraídas.

El dinosaurio se sacudió su cabellera totalmente roja e increíblemente parecida a la de la niña que hacía nada había pasado frente a la ventana, luego con una voz más agua de lo que nos hubiésemos imaginado, dijo:

«He sido llamado de repente por alguien con urgencia de imaginación…»

Pero antes de que alguna pudiera decir algo, el tiempo se empezó a devolver, las piezas del techo volvieron a su lugar y el pie del dinosaurio se quito de encima del primer puesto de la primera fila.

En un instante nadie recordaba nada, tan solo aquella que con su imaginación lo había llamado. Ella era la única que sonreía al pensar que la clase había sido más divertida para si que para las demás.

A veces extraño a quien solía ser 🙂

Sobre facturas de televisión y vocaciones de periodista

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Hace unas semanas les conté el suceso de mi relato de amor bajo la lluvia, con cual la profesora de crónica periodística había quedado escandalizada. Bueno, después de leer la crónica que finalmente entregué, creo que entenderán mi eterna confusión de por qué sigo metida estudiando periodismo 🙂

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Usualmente cuando me levanto convencida que será un día normal, las siguientes dos horas se encargan de demostrarme lo equivocada que estaba.

Así fue aquella mañana de febrero. No sé por qué razón salí tan temprano del apartamento, ya que suelo dormir mucho y nunca le hago caso al despertador, pero misteriosamente pasé por la portería a las 8:10 de la mañana, saludé al portero mientras me entregaba la factura vencida del cable de televisión y salí pensando que ya iba siendo hora de pagarla, 4 meses sin televisor eran demasiado para una periodista.

En la ciudad se sentía un ambiente extraño, aunque no estoy muy consciente si lo noté. Sencillamente crucé la calle, me senté en la silla del paradero, saqué mis audífonos del morral y, poniendo todo el volumen, me puse a cantar. Dado que vivo relativamente cerca a la autopista, el número de buses que me sirven para llegar hasta los buses que llegan a mi universidad son varios, y lo máximo que toca esperar son 5 minutos. Aquella mañana alcanzaron a pasar 30 minutos en aquel paradero y yo seguía sin pensar que algo extraño pasaba.

Recuerdo que la gente me miraba desde los carros de una manera extraña cuando veían que era la única persona que quedaba esperando en el paradero, incluso vi pasar un camión invitando a la gente a montarse y yo, no tengo idea por qué, sencillamente me reí y seguí escuchando mi música y esperando el bus.

Tuvo que pasar media hora para que notara que en serio algo pasaba, miré a la calle y detenidamente observé cada uno de los carros.

– ¡Qué curioso! – pensé en voz alta – todos los buses que pasan son escolares, ¿dónde se han metido el resto?

Ahora entiendo por qué la señora que pasaba justo al lado mío, soltó una carcajada que yo ignoré. Pero finalmente, confundida por los extraños sucesos, decidí que caminaría hasta los buses de mi universidad, a 25 minutos de mi casa, pues de otra manera jamás llegaría a clase.

Solo bastó con poner un pie fuera del paradero para que la primera gotera cayera sobre mi nariz. Con la esperanza de haber guardado mi paraguas en el bolso, metí apresuradamente mi mano en busca de él, y recordé en el instante haberlo dejado sobre mi mesa de noche. Sin paraguas, sin capucha ni una chaqueta poderosa me resigné a caminar bajo el agua, entonces pensé:

– Ni que fuera una bruja que me fuera a derretir, un poquito de agua no le hace daño a nadie – supongo que no debí ni pensar eso pues en el instante sonó un trueno a lo lejos – bueno, entonces moriré de neumonía.

Tomé una columna de opinión que había impreso el día anterior para Comunicación Política e improvisé con ella un patético paraguas.

Tratando de distraer el frío que se calaba por medio de mi ropa, comencé a mirar alrededor. Era realmente curioso que no pasaran casi taxis, que no hubiera un solo bus, que los camioneros se hubieran despertado de tan buen humor que subieran gente a sus volcos.

Llegué al bus emparamada de pies a cabeza, mis zapatos parecían bolsas de agua luego de haber pisado al menos 4 charcos y mi camisa parecía cargar la mitad del rio de la ciudad. Mi pelo solía estar liso y ahora simulaba un bombril y el maquillaje parecía cosa del pasado. El conductor del bus me miró de arriba abajo, preguntándose quizás yo dónde me había metido.

– Bueno días, señor – le dije amablemente sentándome en el puesto de adelante, único que quedaba libre – ¡usted puede creer que no pasó ni un bus por el lado de mi casa!

El señor casi se atragantó con la galleta que estaba a punto de tragarse, me miró burleteramente y ni siquiera se tomó el trabajo de responderme al menos el saludo. Me crucé de brazos y me dije que dejaría de ser amable con la gente de la capital, ¡qué gente más rara era!

La lluvia arrulló mi camino hacia la universidad, las gotas chocaban contra el vidrio e iban bajando lentamente hasta perderse en los grandes charcos de la carretera. Me quedé tan profundamente dormida que por poquito sigo derecho hasta el pueblo siguiente.

Llegando finalmente al salón de clase, aun congelada, pensando en lo extraño de vivir en la capital y pidiéndole al cielo que dejara de llover para que saliera un poquitico de sol, me senté al lado de Natalia.

– ¡Casi no llego, Nata – le dije, tirando mi bolso al piso – a todos los buses les dio por desaparecer hoy!

– Pues claro, está terrible esto del paro de transportadores…

Quedé en shock, mis ojos casi se salían de sus órbitas. Natalia se quedó mirándome confundida entonces estallando en carcajadas intenté balbucear:

– Eso explica tantas cosas…

Definitivamente tenía que pagar la factura del televisor.

Caminando bajo tu llanto

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Como últimamente no ando demasiado concentrada en clases, me he metido en algunos, por no decir muchos, problemas. Una muestra de ello es el trabajo que tenía que entregar hoy para la clase de crónica para Prensa. Como yo no estuve la clase anterior, le pregunté a varias personas cuál era el trabajo y todas me respondieron que era hacer una historia con la lluvia.

Yo llegué con tremenda historia de amor a la clase y la profesora, con solo mirarla, quedó mas o menos en shock. Luego de recuperarse me respondió: «Esto claramente no es una crónica, al lector no le interesaría, sólo a ti y hasta depronto a tu novio, pero a nadie más…»

Yo no pude más que pensar en ustedes, sé que no son yo misma ni mi ex novio, pero al menos los hará reír pensando en la cara paralizada de la profesora, la cual esperaba tremenda crónica periodística y se encontró con esta historia:

Caminando bajo la lluvia

Supe que caminaba debajo de tu llanto. El cielo negro lanzaba sobre mí tus lágrimas y, sabiéndolo, ni siquiera saqué mi paraguas. Vi pasar el bus a mi lado y no lo cogí, caminé lentamente a casa sin evitar los charcos ni cubrirme la cabeza. Los transeúntes que pasaban junto a mí con sus sombrillas, me miraban despectivamente, y luego se quejaban de la lluvia. No los podía culpar, pues era mi culpa, yo te había hecho llorar.

Y mientras caminaba cargando la lluvia en mi ropa, mi mente viajó al pasado. Las gotas de lluvia que golpeaban mi corazón, me llevaban a refugiarme en otro tiempo, a recordar otro día de lluvia.

Aquel lejano día, lejos de las tristezas y vacíos, también llovía, ¿lo recuerdas? Había sido una tarde linda, comimos helado, caminamos por todo el centro comercial y jugamos a darnos besos en los ascensores antes de que alguien lo pidiera. Pero cuando llegó la hora de caminar de nuevo a casa, la lluvia creció en intensidad y los dos quedamos paralizados pensado qué haríamos.

– ¿No te parece mejor que cojamos un taxi? – Me dijiste, aun abrazándome

– ¿Y si mejor caminamos bajo la lluvia, así como en las películas? – Te respondí sonriendo como una niña malcriada.

Sospecho que te encantaba esa parte de mí, el pedacito de niña inocente que de repente quería vivir la vida lo más intensamente posible. De estos arranques jamás lograbas zafarte.

– Está bien, vamos caminando, pero no me responsabilizo del regaño de tu hermano cuando lleguemos tarde o cuando mueras de una tremenda neumonía.

Te tomé de la mano y salimos a la lluvia. Sin pensarlo te quitaste tu chaqueta y la pusiste sobre mi saco de lana buscando que no me congelara, aun así a los pocos minutos habíamos olvidado el frío. tTú te reías de mi pelo que se volvía como un bombril y yo de tu trabajo de la universidad que ahora se veía como una torta de lodo. Pero entonces te detuviste en medio de una calle, yo paré de hablar asustada por tu cara de seriedad, y esperé que hablaras. Tú me dijiste:

– Esto ya se parece demasiado a una película de esas melodramáticas como las que te gustan a ti. Pero falta algo.

Antes de que pudiera preguntarte qué faltaba, me halaste hacia ti y me diste aquel beso, que combinado con las gotas de lluvia, se plasmaría para siempre en mi memoria.

¡Qué diferentes se sentían las gotas de lluvia de aquel momento y las de ahora! Esas llenaban mi corazón, me hacía reir a carcajadas y estando junto a ti, no me causaban frío, pero estas dejaban congelado el corazón.

Llegué a casa mojada de arriba abajo, mi hermano me miró con preocupación.

– ¿Por qué vienes tan mojada?

– Porque estaba lloviendo, si no lo notaste

-Pues si, ¿pero no tenías paraguas?

– Si, en el fondo del morral

– ¿y por qué no tomaste el bus? ¿no tenías plata?

– Si, si tenía, al fondo del morral

– Entonces, ¿qué pasa?

Bajé la cabeza, caminé a mi cuarto y cerré la puerta tras de mí sin darle una respuesta.

¿Cómo decirle que había caminado bajo tu llanto porque merecía sentir tu dolor? Porque no conseguía sentir la pena de haber tenido que hacerle caso al corazón y decirte a la cara que hace tiempo ya no te quería.

——

PD: Tengo cierta amiga que encontró por casualidad mi blog y ha descubierto que soy yo la que escribe. Me ha comentado que lo encontró demasiado adolescentudo… creo que está entrada lo termina por confirmar. Tily, creo que yo no tengo remedio 🙂

PD: Maravilla y su novio también han pasado por aquí, a ellos un abrazo de oso!