Caminata por la orilla del canal de Oxford

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El estudio de Lewis Carroll – Oxford, UK. 

Hace dos años estabas caminando por la orilla del canal de Oxford. Te habían dicho que ese era el río por el que había navegado Lewis Carroll cuando le contó a su pequeña amiga, por primera vez, la historia de Alicia en el país de las maravillas. Intentabas absorber todo lo que veías, porque para eso se suponía que era tu viaje, pero hacía demasiado frío y el viento del final del invierno te golpeaba los oídos, los dedos debajo de los guantes baratos, la piel que hace días se quería quebrar pero no encontraba un lugar para hacerlo.

Te habías hospedado un par de días en la casa de un señor que cargaba una soledad demasiado larga. Su puerta estaba cubierta de maleza. Su casa abarrotada de pequeños objetos sin valor, cubiertos de polvo. Y la alacena repleta de recipientes de vidrio con salsa roja para pastas. Podría alguien encerrarse allí durante tres años y siempre tendría salsa para pastas.

No recuerdas ahora su nombre, pero sí que te detenía en la mitad de cada frase para corregirte la manera en la que juntabas las palabras en un idioma que no era el tuyo. Y que insistía que no tenía sentido comer pastas con tenedor, y te pasaba una cuchara. Las turistas coreanas, tan correctas y calladas, se habían llevado sus maletas muy temprano en la mañana y ya solo quedaban él y tú.

Hubieses podido irte también, despedirte con amabilidad dulce, y aprovechar tu último día en Oxford para recorrer una vez más el centro de la ciudad. Pero al bajar la maleta, te preguntó si querías un café. Sabía que eras colombiana y quiso impresionarte sacando el que tenía reservado para los días importantes. No le quisiste decir que tu lengua apenas distinguía la diferencia, tomaste la taza y escogiste el sillón que le daba la espalda a la ventana.

Y le hablaste de tu familia, de tu papá que contaba todos los días cuánto faltaba para que volvieras a Colombia y de tu hermano menor que por las noches se asomaba por el marco de la puerta a invitarte a fumar en el balcón, y tú le tenías que recordar una y otra vez que no fumabas. Le hablaste de tus compañeros de casa, de lo extraño que a veces era vivir con un ghanés que veía novelas mexicanas y una chica de la India que nunca había aprendido a vivir sin criados.

Durante el almuerzo, él te habló de sus huéspedes. Del gringo que aún le mandaba postales desde las nuevas ciudades a las que visitaba, de la mamá española y sus cuatro hijos pequeños a los que se ofreció a cuidar una tarde entera, mientras ella se iba a aprender arquitectura por la ciudad. Al final te dijo que te guiaría hasta al inicio del canal, para tomarte una foto que se ha perdido ya.

¿Hace mucho no pensabas en él, no? Pero qué habría para recordar, los pasos que hacían crujir la madera gastada con el sobrepeso de 65 años de soledad inglesa y estantes repletos de comida enlatada. Y, que mientras intentabas pensar en Lewis Carroll, mientras caminabas hacia la estación de tren que te llevaría de vuelta a Bath y sentías que la fiebre entraba despacito a tu cuerpo, lo veías a él regresando de su caminata y sentándose en el sillón verde, en su casa callada, con sus objetos de polvo y las postales del gringo.

Y cuando llamó mamá, le hablaste de las torres de las iglesias que parecían tocar el cielo nublado, y de las embarcaciones rojas a la orilla del canal, y de los cánticos del coro infantil cuyas notas quebraban la voz que no salía de tu garganta. Porque esa era la Inglaterra que tenías que narrar, la que te prometieron que verías desde que pagaste los millones de pesos que no tenías y te montaste en ese avión.

Pero hoy, cuando ya hay dos años de distancia con el recuerdo, cuando buscas las fotos del viaje y no aparecen por ningún lugar, recuerdas que Inglaterra se parecía más a él. Al señor que tenía que abrir sus puertas a turistas desconocidos, para que de vez en cuando se oyeran voces dentro de su casa.

El desamor literario

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Hoy, cuando acomodada en el sofá de mi casa, llegué a la última línea de Matar a un ruiseñor y lo cerré con dolor, como se cierran los mundos que no quieres abandonar, pensé que terminar un libro se parecía mucho a terminar un amor.

Uno se queda ahí quietecita, con el pobre libro cerrado entre los brazos y la mirada fija en algún punto de la sala, pero sin mirar nada en específico.  Y así, justo cuando se acaba la historia y no se está listo todavía para llorar, a uno le da por querer recordar cómo empezó todo.

Hace un poco más de un año decidí que pasaría mi cumpleaños número 25 completamente sola. Compré los pasajes de tren, y viajé hasta un pueblo pequeñito de Inglaterra llamado Lyme Regis. Me gustaba la idea de caminar por un lugar donde nadie supiera que yo era la que estaba cumpliendo años.

Lyme Regis me hacía sentir algo que no podía entender. El centro no tenía más de dos cuadras y frente a él estaba el mar. Creo que el mar inglés tiene algo que impacta demasiado la mente suramericana, porque es frío, gris y nublado. Porque no se parece a las playas de Cartagena, de palmeras de color amarillo y vendedores ambulantes. Porque para mí el mar nunca había significado silencio. Pararse en el muelle de piedra era ver cómo la niebla se iba tragando los poquitos barcos que flotaban entre las olas.

Cuando hizo demasiado frío para seguir mirando el mar, decidí entonces recorrer el pueblo. Pasando el pequeño museo, las lámparas de caracol y un par de restaurantes, encontré una librería de segunda. Una de esas que detienen un poquito el corazón de una lectora romántica como yo. El techo bajo, el olor a humedad, el piso de madera que traquea, los libros de ediciones tan viejas que las portadas se deshacen entre los dedos, unas escaleras que te llevan a un pequeño desván donde guardan las revistas que ya nadie lee. Donde la gente habla más bajo y nadie sabe bien por qué.

En esas librerías he aprendido que lo mejor es esperar. No preguntarle al viejito abrumado por la venta de libros que espera detrás del counter, ni siquiera buscar ese título que alguien te recomendó hace años. Solo pasear muy despacito los dedos por los lomos, sentarse en el suelo y sacar los libros del estante de abajo, o pararse de puntitas y tomar al azar el libro que las manos no alcanzan. Así pasé horas buscando mi regalo de cumpleaños, como se busca un amor, sin abrir mucho los ojos, llenando los dedos de polvo.

Aunque apenas fueran las cuatro de la tarde, afuera comenzaba a oscurecer y las voces de la gente se iban convirtiendo en susurros. Como nunca me acostumbré a perder el sol tan pronto, quise salir del lugar, con las manos vacías. Y fue cuando lo vi.

Yo no sé si uno siempre se acuerda la primera vez que vio a la persona de la se va a enamorar. Se recuerda un día, una noche, una hora, pero no siempre el primerísimo instante. Uno nunca dice  oh sí, recuerdo el primer pedazo de codo que se atravesaste en esa fiesta, o Tú eras el hombro asomado desde el asiento del copiloto, ese que me enamoró. Pero en cambio a él lo recuerdo desde la primera vista.

Alguien lo había dejado abandonado de la sección de libros de arte. Quizá había estado apunto de comprarlo  y se había arrepentido en el último momento. Sonreí. No me hizo sonreír el título o la edición, sino la manera en la que se veía tan pequeñito al lado de los tomos grandes de pasta dura e imágenes pesadas. Parecía casi como si quisiera escapar, o resbalarse un poquito y caer dentro de la caja de revistas de manga. Lo entendí un poco, los libros de arte parecían tener un aire demasiado soberbio, además cualquiera estaría asustado si lo hubiesen dejado apoyado contra El Grito de Munch.

Pagué entonces 2.50 libras por el rescate, lo guardé en la maleta y salí en busca del tren que me llevaría de vuelta a casa.

La gente se equivoca cuando piensa que los que compramos muchos libros vivimos leyendo todo el tiempo. Es solo que de repente, después de años de haberlo comprado, después de que el libro pasó del fondo de una maleta, a los estantes de la biblioteca de estudiante en Bath, a la pieza pequeñita en Londres, a la bodega del avión de vuelta a Colombia, a la estantería que dejé abandonada en casa, una noche lo vuelvo a ver.

Y recuerdo dónde nos conocimos, y abro con cuidado la primera página, leo la primera línea, y la segunda, y la tercera… y de repente he decidido que ese es el rinconcito en el que me quiero acurrucar.

Los finales sordos

FINITOCómo se van acercando los finales. De puntitas y en pijama. Cómo se van acercando los finales, y los colores cambian.

Con los dedos me aferro a los días, a las voces, a las presencias. No sé qué hacer con este final que me mira con los ojos grandes cuando despierto una mañana. Le digo que no, que aquí nadie se está preparando para despedidas, que se vaya del cuarto y cierre la puerta tras de sí. Él se acomoda entre las cobijas, y más tarde camina a mi lado hacia la oficina, se sienta en la silla del lado, se toma el último sorbito de café.

Sospecho que los finales tienen ojos, pero no oídos.

Regresar a las cosas perdidas

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Hay algo en este blog que siempre me obliga a regresar. Durante los últimos días he estado arreglándolo, así como se arregla un cuarto útil al que solo entras cuando buscas algo que se te ha perdido. Es necesario, de vez en cuando,  ordenar las cosas perdidas, porque no es lo mismo buscar un martillo o el árbol de la navidad, el amor o la melancolía. Por allá un día ando buscando una ciudad y me tropiezo con el montonsito de pájaros de origami.

He organizado las categorías, actualizado las etiquetas, incluso he intentado poner imágenes a las entradas de los primeros años. Esto último es muy extraño, porque es intentar volver a verme en el pasado, e imaginar qué colores, qué formas, qué imagenes habría usado. Seguro me he equivocado en todas, mirarme en el pasado es casi lo mismo que espiar a una extraña caminando en un centro comercial e intentar adivinar de qué color pintaría sus paredes.

Volver a este lugar, al cuarto útil para guardar silencios y ausencias, es como volver a mirar las fotos que nadie nunca toma. Las de los velorios y los días feos, las de la desnudez, las de la felicidad tan amarilla que quema los lentes. Supongo que eso es escribir, desnudarse un poco, quemar los lentes.

Poniendo las imágenes y corrigiendo los formatos, volví a releer la mayoría de las entradas. Es casi mágico ver cómo creces y cambias en frente de las letras, cómo se mueven los problemas, las temáticas, los verbos, cómo al principio todo es tan transparente y dices con toda tranquilidad me gusta mi mejor amigo pero tengo novio y, en cambio, ahora, la escritura es cada vez más código, ilegible, es como si al comenzar las palabras fueran ventanas y ahora fueran llaves, o candados.

Este siempre será el problema, supongo, decidirse a usar la escritura para esconder o para liberar.

Qué extraño, qué extraño. Seis años de silencios dentro de este blog. Aquí estoy, después de una carrera en Periodismo, después de una maestría en Escritura Creativa, después de tres amores y cuatro ciudades, después de tres gatos y seis empleos, y sigo siendo la misma chiquita debajo de las cobijas en la Fría Ciudad que se puso una noche a abrir un blog porque vivía tan ausente del mundo real que había botado seis celulares en un año, porque comenzaba a entender que hay que andar silenciosa para que las cosas que nunca se dicen pesen menos cuando se vuelvan letras.

Aquí estoy. ¿Y ahora qué?

La vida se parece a un tren

En el tren el paisaje se va hacia atrás, y se lleva las casas de ladrillo y techo triangular, los campos verdes y cuadrículados, tan parecidos a la mente de los ingleses.

Al frente mío está sentada una niña igual a mí, de pelo castaño, piel blanca y labios cerrados, que también escribe en una libreta mientras el paisaje se va para atrás. En Inglaterra hay muchas niñas así, pelilargas con frizz, convencidas de la idea romántica de escribir en un tren o leer bajo un árbol en un parque.

A veces me da rabia ver las pequeñas copias de mí (¿o soy yo copia de ellas?), que caminan y leen y escriben, y me roban mis momentos clichés.

Esa que no soy yo

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La yo que no soy yo debe ser Ausencia. Ella debe ser la que escribe por horas sin parar frente a la ventana, mientras llueve. La que es paz y silencio. La yo que no soy yo debe ser Ausencia, ella es un poema y se pasea con los pies descalzos por las estanterías de la biblioteca. La que tiene muchas faldas de flores y salta en los charquitos. La que es adorable cuando quema la comida por quinta vez o llora despacito sobre la sábana azul. Esa que no soy yo debe ser Ausencia, o Julia, o Isabella. Esa que no usa faldas colegiales ni recuerda para siempre los nombres de los videos del historial.

Londres

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Londres es muy grande. Nos subimos al tren y aparecemos en mundos paralelos. El otro día aparecimos en Arabia Saudita; todas las mujeres iban tapadas de pies a cabeza y los letreros de los locales estaban en un idioma que ninguno de los dos entendíamos. Después, tomamos un bus y quince cuadras más tarde estábamos en un barrio donde todos los hombres vestían túnicas negras, sombreros de copa y llevaban rulos rubios al lado de sus orejas. Yo me quise reir un poco porque nunca había visto algo así pero el límite entre reirse y respetar las diferencias se me confunde todo el tiempo.

Por ejemplo, Bonito dice que tengo que superar el tema de las mujeres tapadas de pies a cabeza, aunque fue él el que el primer día me dijo al oído: Mira Bonita, una ninja! y yo no supe si reirme o regañarlo. Eso no se ve en Colombia y me enloquece pensar que uno no tenga permiso de mostrar su cara en público. Pero en fin. Hay cosas que me traumatizan más que eso: las niñas que salen a rumbear casi desnudas. Sí, uno puede hacer lo que se le venga en gana, pero hace un frío infernal. En Bogotá les dirían calentanas, pero acá eso las convierte en verdaderas londinenses.

La casa donde vive Bonito es Latinoamérica en pequeñito. En uno de los cuartos de arriba duermen dos hermanas de República Dominicana y cada que alguna abre la puerta se escapan pedazos de canciones de bachata. Que el corazoncito es mío, mío, mío, mío, míoooo. En el cuarto del primer piso viven Jahir y su hijo de 16 años. Jahir trabaja de 5 de la mañana a 11 de la noche y no sabe una palabra de inglés.

Es que en Londres nadie habla inglés. A mí me gusta escuchar conversaciones pero en las calles, en el Tube y en los cafés solo encuentro sonidos incomprensibles. Sé distinguir el francés, el italiano y el español de España, pero nunca logro entender lo que dicen. También oigo cosas rarísimas, idiomas que suenan como la voz de un doctor cuando te receta una medicina, o como la letra grande y redonda de un niño cuando apenas está aprendiendo a escribir. Al menos todos sabemos cuatro palabras: sorry, please, excuse me, thank you.

A veces pienso que me voy volviendo loca de ver tantos contrastes y de pensar que una ciudad tan grande pueda funcionar con solo cuatro palabras en común. Y la cabeza me duele de recordar que en Medellín todos nos damos cuenta cuando alguien usa una camisa del color que no debería, pero el otro día en Londres se sentó a mi lado un señor con barba, vestido de flores y tacones, y nadie lo miró.

Conversaciones

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Mira que a veces quiero decir cosas que me pesan dentro del pecho. Pero me han dicho tantas veces que soy tan sensible y tan dramática. Que hay que restarle drama a la vida, que la gente sigue adelante y olvida, y eso está bien. Que uno no es tan importante. Pero mira que a veces me pesan mucho las cosas que quiero decir, así parezcan demasiado pequeñas o demasiado pesadas. Como cuando alguien me regañó porque le dije a una persona que todavía me sentía incómoda de tenerla al lado, así hubieran pasado un millón de años y nada importara ya. Pero a mí me importaba y quería decir que aún me pasaba en el pecho. Esa persona me miró muy extraño, como a quien le entregan un montón de algas llenas de agua, y solo quería una cerveza. De pronto yo soy así, tengo que entregar algas en las manos,  y que las personas piensen que soy extraña por ir cargándolas por ahí, y luego entregándolas. Pero mira que las manos se me arrugan, y lo que la gente dice que no debe pesar, pesa, y pesa mucho. A mí me pesa mucho. Me pesa mucho no poder decirle a los demás que a veces no soy capaz de andar. Uno de mis ex novios dijo alguna vez que yo me habia quedado atrancada en una serie de Warner Channel, pero yo solo estaba herida y quería decirle las cosas. De pronto la gente piensa que el dolor solo se expresa en la ficción, o no solo el dolor, también la ansiedad, o el miedo, o las ganas de hablar con sinceridad de vez en cuando. De resto, dicen, dicen todo el tiempo, que tenemos que seguir adelante, y vivir las cosas con la cabeza vacía de recuerdos. Vacía de cosas.  Pero yo me pongo el vacío en la cabeza como cuando te pones un balde en la cabeza, y está lleno de agua sucia porque acaban de trapear el piso después de una fiesta.

Cinco años después de una lista

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Hace cinco años hice esta lista de cosas que, aunque me costara, tenía que aceptar. Tenia 20 años, acababa de terminar quinto semestre de la universidad en Bogotá y había regresado a Medellín a pasar las vacaciones. Había muchas cosas en mi cabeza en esos meses, acaba de pelear con Amigo Inocente y tenia un montón de dudas sobre el amor, la amistad y el futuro.

Hoy tengo 25 años y muchas cosas han cambiado. Me gradué de la universidad, trabajé un par de años y luego decidí que era hora de cumplir mi sueno: estudiar escritura creativa en el exterior.  Ahora vivo en una pequeña ciudad de Reino Unido, llamada Bath. En cuatro días llega mi novio a vivir a Londres, después de ocho meses sin vernos.

Todavía soy una chiquita en muchas cosas pero hay tantas cosas que he entendido en estos cinco años.

  1. Me gusta el reggaeton (Bueno, sí… pero he descubierto que me gusta porque me recuerda a mi hermanos y a mi ciudad. Es un pedacito muy vergonzoso de Medellín que me gusta dejar guardado en algunos rincones)
  2. Me puedo tomar 3 litros de coca-cola al día. (Creo que he envejecido un poco porque me marearía tomar tanta Coca-cola, pero aun puedo tomarme un litro. Eso cuenta?)
  3. Estoy completamente en contra del aborto. (Nada ha cambiado aquí, la vida es difícil pero nunca deja de ser hermosa)
  4. Me encanta el aguardiente (Yep, y me hace mucha falta. Hace unos meses pagué 15 Libras en Londres por media botella)
  5. Puedo pasar horas viendo series viejas adolescentudas pendejas. (Este punto me asusto, ayer me dormí a las 2 de la mañana volviendo a ver la primera temporada de Gilmore Girls)
  6. Me da miedo Lady Gaga (Hace mucho no pienso en ella, alguien todavía piensa en ella?)
  7. A veces puedo dormir un día entero (Esto no ha cambiado para nada y creo que no cambiará. Hay batallas perdidas desde que empiezan)
  8. No he pagado la factura del televisor desde hace un año (Bueno, no tengo que pagar televisor aquí… pero hace un par de meses aprendí a los golpes que hay que pagar las tarjetas de crédito a tiempo.)
  9. Me da miedo tener 20 años y no haber hecho nada (Me siento muy bien con todo lo que he alcanzado a los 25, a diferencia de los 20, ahora siento que alcanzar los sueños toma tiempo y esfuerzo)
  10. Tengo música de misa en mi MP3 (Ya no tengo MP3, pero tampoco volví a oír música de misa…)
  11. Me cae mal la gente con mala ortografía (Tengo un tris mas de compasión, creo. Al menos lo intento)
  12. Persigo desconocidos para imaginar cómo será su vida y así escribir cuentos. (Había olvidado que hacía esto. Lo haré hoy 🙂 )
  13. Mi mayor fuente de inspiración para los relatos románticos es un ex novio al que nunca quise. (Esto me hizo reír mucho. Ahora se que la inspiración vendrá de todas las personas que se crucen por mi vida. Pero, no es tan divertido tener ex a los que sí quisiste)
  14. Estoy cansada que mis amigas me pidan consejos para superar a sus ex novios y yo no he podido superar ni a mi ex mejor amigo. (Gracias a Dios eso del mejor amigo quedo superado, pero aun tengo que hacer un análisis psicológico del tema de mejores amigos y yo. Y bueno, que Amigo Inocente sea gay ayuda bastante jaja)
  15. A veces creo que no me quiero casar. (Creo que ahora sí quiero. No sé cuando, pero me gustaría tener una familia)
  16. Nunca me enamoro de nadie, pero amo las historias de amor. (Ahora me he enamorado un par de veces y sigo amando las historia de amor. Pero las amo por que son reales, y difíciles, y hermosas.)
  17. Gasto demasiado tiempo leyendo diarios viejos. (Dejé mis diarios en Colombia, pero estoy leyendo esta entrada… Hay algo que me impulsa a seguir mirando la Ausencia de antes.)
  18. A todo el mundo le digo que no me gustan las frutas ni las verduras, pero la verdad que no soy capaz de probarlas. (Ya he probado algunas, pero siguen sin gustarme… A veces pienso que nunca lograré superar eso)
  19. No me gusta la carrera que estudio, no creo en el periodismo. (Me encanta lo que estudio ahora, la escritura creativa es mi vida)
  20. Cerré Facebook y no me hace falta. (Lo volví a abrir y me estorba a veces)
  21. Alguna vez pensé irme de monja. (Sin comentarios)
  22. Pensé que irme de la ciudad y vivir sola me haría madurar, pero a veces creo que pasó todo lo contrario… (Ahora me fui del país y siento que he madurado en muchas cosas, como en el tema de dinero y responsabilidades. Pero hay heridas que te quedan cuando dejas tu casa que nunca se curan. La soledad es una de ellas.)
  23. Anoche para actuar acorde con lo que escribo, después de publicar la entrada «Sentadita en la realidad», me puse a ver el final de Dawsons Creek. (Bueno, ayer después de un ataque de nostalgia, me vi Gilmore Girls)
  24. Yo quería que Joey quedara con Dawson, no con Pacey 😦 (Sigo de acuerdo. Y Rory con Jess.)
  25. Pienso que hay como mil cosas más útiles para hacer que escribir esta lista y aun así lo sigo haciendo. (Es mejor hacer esto que trabajar…)
  26. Dejé de ser querida con los hombres de la fría ciudad porque allá la gente es TAN antipática que cuando yo era amable con ellos, ellos creían que los quería conquistar… (El tema de ser amable y que los hombres lo confundan con algo más me lo sigo cuestionando.)
  27. Mucho me pregunto por qué me es tan fácil ser sincera por aquí y no cara a cara. (Ahora siento que ni siquiera soy sincera aquí)
  28. Se me ha olvidado como dividir y me cuesta multiplicar. (Nada ha avanzado)
  29. He botado 9 celulares en 2 años y medio! (He botado… Un iPhone en los últimos dos años y medio. Creo que he crecido.)
  30. Soy TAN obsesiva con las tildes, que a veces tildo hasta lo que escribo en inglés. (Bueno, aquí ningún teclado tiene tildes y ahora es complejo hasta tildar en español)
  31. Últimamente siento que el mundo se quiere acabar muy rápido. (Esta obsesión se me acabo, pero ahora pienso que mi vida es la que va a pasar muy rápido)
  32. Quiero llegar hasta el número 40 en esta lista y ya no se me ocurre nada (Felicitaciones?)
  33. Mañana hay votaciones en Colombia y yo no tengo NI idea por quién votar. (La semana pasada fueron las votaciones aquí en Inglaterra, y yo no entendí nada.)
  34. últimamente me siento fea y no me importa 😀 (Esto sí ha cambiado, ahora me siento muy feliz con como me veo, todo el tiempo.)
  35. Estoy oyendo una mañesada terrible: http://www.youtube.com/watch?v=Zde5Xd62Ork&NR=1 (Y lo sigo haciendo. https://play.spotify.com/user/12124214713/playlist/5LLwi65YAWZ8IQLvNp7V9q)
  36. A veces siento que mi mamá no me deja crecer. (A veces siento que quisiera crecer mas al lado de mi mamá)
  37. Crepúsculo me parece un libro tonto, pero sospecho que es solo porque fui demasiado fan de Harry Potter. (Nada ha cambiado aquí)
  38. Apoyo a Argentina en el mundial solo porque estoy medio enamorada de Messi jajaja (Jajaja. Bueno. Mi traga por Messi se ha calmado)
  39. Hago esta lista porque es sábado en la noche y no tengo nada que hacer… (Repaso esta lista porque siento que en mi trabajo me pagan muy mal y no tengo nada que hacer)
  40. No tenía ni idea que aceptar cosas fuera TAN duro!! (Pero es una manera increíble de ver el paso del tiempo…)

Tierra

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Ella a veces sueña con el olor a tierra. El bosque está desierto y entre las hojas de los pinos se cuela la luz del sol. Ella escarba la tierra y sus uñas se van llenando de color café, no hay nadie alrededor. No se detiene hasta que el hoyo tiene la forma de su cuerpo. Luego, se quita los zapatos rojos, el collar y el reloj.

Se acuesta sobre la tierra, abraza sus rodillas, cierra los ojos. El viento la va cubriendo. No se oyen mas los sonidos del mundo, las risas grises, los susurros.

Ella a veces sueña con el olor a tierra, que tapona sus oídos y la deja por fin en perfecta soledad.