En el tren el paisaje se va hacia atrás, y se lleva las casas de ladrillo y techo triangular, los campos verdes y cuadrículados, tan parecidos a la mente de los ingleses.
Al frente mío está sentada una niña igual a mí, de pelo castaño, piel blanca y labios cerrados, que también escribe en una libreta mientras el paisaje se va para atrás. En Inglaterra hay muchas niñas así, pelilargas con frizz, convencidas de la idea romántica de escribir en un tren o leer bajo un árbol en un parque.
A veces me da rabia ver las pequeñas copias de mí (¿o soy yo copia de ellas?), que caminan y leen y escriben, y me roban mis momentos clichés.
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