Escribir.

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“Entonces, has venido hasta aquí para curarte” me dijo, dándome una pequeña palmada en el hombro. Sus ojos, cargados de tantos años, me miraban de frente. Creo que nadie, nunca, me había mirado con tanta sinceridad. Yo no supe qué responder.

Todos los alumnos de su clase habían ya dejado el salon, yo era la única que quedaba allí. Detrás de la ventana iba llegando la oscuridad de la noche.

Ella se levantó lentamente de su silla, temblando. Quise ayudarla, pero mientras luchaba contra mi torpeza, ella ya estaba de pie. Con su espalda encorvada, caminó hasta la puerta del salón. Luego, se detuvo y me miró una vez más.

“Quiero que sepas, Verónica, que escribir esa novela que tienes en mente te va a doler”, me dijo.

Y así, salió del salón.

Tres semanas en Bath

IMG_20140921_160924Quisiera que entendieras, cuando te digo que hay algo diferente en la manera en la que la luz rebota contra las cosas, en la que el viento levanta las hojas marrones del suelo. La conexión a Internet, que siempre nos falla, no me alcanza para describirte las calles de este pueblo mágico, en cuyas las montañas encuentro castillos y en una esquina me tropiezo con la casa de Jane Austen. A veces, o casi siempre, me cuesta recordar que no estoy soñando.

Ya te lo he dicho miles de veces, pero te quiero contar otra vez que mi casa parece sacada de un cuento, con su forma triangular, su túnel de árboles para llegar a la puerta y la chimenea asomándose en el punto más alto del techo. Mi universidad es un castillo y por las noches, cuando ya se han acabado las clases, me voy a recorrer las escaleras de madera, las puertas que no llevan a ningún lugar, la sala a la que se supone que no podemos entrar.

Te he dicho mil veces, pero quiero que tengas la certeza de que llegará el día en el que te podré tomar de la mano y llevarte a cada lugar; a las calles, los caminos, los castillos, a esa esquinita de mi cama donde podremos volver a dibujar nuestra pequeña ciudad.