27 cosas bonitas

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  1.     La ciudad desde su balcón
  2.     Los girasoles
  3.     Caminar con los ojos abiertos
  4.     Que te agarren fuerte la mano cuando estás en medio de una lucha de gigantes
  5.     Los anuncios de Spotify a las 4 de la mañana
  6.     Los ojos azules (o verdes)
  7.     Snow Patrol
  8.     Orgullo y prejuicio
  9.     Esas canciones que nos gustan y nunca se las mostramos a nadie más.
  10.     Las conversaciones de toda la noche, acompañadas de vino
  11.     Los besos en medio de la lluvia, en la ubicación estratégica
  12.     Las cicatrices como historias para contar
  13.     Axl Rose
  14.     Que te duela la cabeza cuando quieres preguntar algo realmente importante
  15.     Cuando nos podemos reír de las cosas malas, de las caídas que duelen
  16.     Ser adultos, poder remplazar la comida por papas y crispetas
  17.     Los besos largos (y los corticos)
  18.     Que te toquen guitarra (así no sepan del todo cómo)
  19.     Ver un montón de capítulos seguidos de How I met your mother
  20.     Que te digan que estás bonita
  21.     Las personas que no tienen miedo de verte llorar
  22.     Decirle al mundo que no somos amigos
  23.     Los hombros cómodos para dormir
  24.     Que te acompañen a buscar a Dios
  25.     Cuando casualmente a la alarma del celular se le olvida sonar
  26.     Las personas que te sorprenden
  27.     El número 27

Polvo y ficción

lala
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Despertamos muy temprano en la mañana. En la Pequeña Ciudad apenas amanecía y el frío nos obligaba a escondernos bajo las cobijas. Permanecimos en silencio, para evitar llenar el suelo con palabras que luego tendríamos que recoger. Luego él se quedó dormido de nuevo, abrazado a mi cintura.

Me intenté parar de la cama sin despertarlo, pero él abrió los ojos al primer movimiento. No te preocupes, le dije, solo voy un segundo al baño. Estaba mintiendo.

Caminé por el pequeño pasillo del apartamento, sintiendo el frío del suelo adentrarse entre mis medias de algodón. En medio de este encontré la vieja biblioteca de la familia, repleta de libros para el colegio de tres hijos que ya crecieron y enciclopedias cubiertas de polvo.

Sabía que era una biblioteca ignorada por el tiempo, por esto pasé despacito las yemas de mis dedos, como acariciando cada libro. Luego encontré una compilación de cuentos de Cortázar, sonreí casi sin querer y la saqué de la repisa.

Me senté en las baldosas frías del pasillo, apoyé el libro en mis rodillas y comencé a pasar una a una las páginas amarillas. Fue entonces que caí en cuenta de la escena, de cómo el pelo caia largo y desordenado sobre el pecho, de cómo el viejo libro se apoyaba en mi cintura, de cómo los dedos del pie se movían en el ritmo en que leía los cuentos.

De repente sentí con muchísima fuerza que quería un hombre que lo volviera loco esa imagen, la mía llena de letras y de frío de la mañana. Quise que él se despertara y me espiara desde la puerta de su habitación, como mirando el retrato perfecto. Pobre él, pensé, que aún no sabe nada, que aún no descubre mis grietas, mis vagones de silencios, mis ganas constantes de salir corriendo porque me encierro dentro de la ficción, y se me olvida la realidad.

Él despertó poco después, cuando yo había descubierto otro montón de libros en el cuarto del fondo. Pasaba las páginas de algún libro de Kundera, cuando él apareció en la puerta, gritando mi nombre. Qué linda, me dijo al verme allí sentada. Sonreí, sabiendo que aquello no era suficiente para calmar mis fantasías estéticas. Salió un momento de la habitación y regresó con un libro entre las manos.

Me explicó emocionado que ese era su libro preferido, lo había leído más de tres veces y siempre sentía ganas de repetirlo una vez más. Lo noté esforzándose por hacer parte de la escena, por encajar en mi mundo de letras.

Su libro hablaba de física, trataba de explicar la existencia de una cuarta dimensión. Era un libro viejo, la portada estaba rota y en las esquinas se acumulaba el polvo. Él se sentó a mi lado, sin parar de hablar, y yo apoyé mi cabeza sobre su hombro y lo miré con ternura

Qué tan diferentes, qué tan desconocidos, qué tan cerca nos veíamos allí sentados, en el piso frío de la habitación del fondo, él mostrándome la realidad, yo aún buscando la ficción entre libros llenos de tiempo y polvo.

Supe entonces que lo quería.