Conversaciones en el río Cauca

Un zapato café cuelga del cable que cruza de lado a lado el río Cauca. Se mueve con el viento. Debajo de él, pasamos nosotros en lancha. Los cinco, porque Esteban no vino porque tenía que estudiar (aunque yo no recuerde nunca haberlo visto estudiando).

Pasamos los cinco y Ari, la novia de Fico. Y Jesús, que maneja la lancha y sonríe incómodo cuando mi mamá dice que su nombre es una señal de que todo saldrá bien. Y Andrés, el asistente de la lancha, que mira con ojos expectantes el Dron que mi papá se prepara para elevar.

Vamos pasando debajo del zapato, que cuelga de unos cordones que alguna vez fueron blancos. Las montañas, a lo lejos, parecen murallas azules y un grupo de reces blancas nos vigilan desde la orilla. Una guadua pasa flotando junto a nosotros.

«Jesús, ¿qué es lo más raro que se han encontrado flotando en el río?», le pregunto, girando la cabeza hacia atrás.

«Animales muertos, basura…»

«¿y cadáveres?»

«Ah sí, muchas veces»

«¿En la época de la violencia?»

«Y también después de lo de Armero, y hace poquito con la tragedia de Salgar. Eso salíamos con la lancha de la Armada y recuperábamos un montón. Un día fueron hasta 87, todavía me acuerdo .»

«¿Y venían completos o por pedacitos?»

Mi mamá voltea a mirarme, sorprendida.

Extrañas soledades

Hopper

No porque fuese San Valentín ni porque mi nevera se muriera de hambre, solo extrañaba tanto a los Ojos Amarillos que no resistí el silencio de la Fría Ciudad.

Por eso salí del periódico, luego de un día cero productivo, y en un impulso me bajé en un centro comercial, en vez de llegar directo al apartamento vacío.

Entré al restaurante, que rebosaba de gente y me sentí más sola que nunca. Me senté y se acercó la mesera.

– ¿Espera a más personas?

– Solo a mí misma, ya debo estar que llego – le dije, sonriendo patéticamente, mientras le contestaba una llamada a papá.

Asustada, la mesera dejó la carta sobre la mesa y salió corriendo a atender a alguien más. Las mesas estaban muy pegadas las unas a las otras, las conversaciones ajenas se colaban entre los cubiertos y el mantel.

Un grupo de amigos comentaba su más reciente examen de la universidad, una pareja tan pegajosa como San Valentín y otra que quizás olvidó cuánto se quisieron, una mamá con su hija adolescente hablando de amores y enredos y yo, como un punto en medio del remolino, me aferré a la conversación con papá, que estaba a kilómetros de distancia de aquel lugar.

Entonces la vi, justo en la mesa de en frente. Gorda, cuarentona y sola, comiéndose un helado enorme de chocolate. Ella no se sentía sola, reía al ritmo de la conversación del lado, pareciendo amiga de aquel que nunca le ha hablado. Las cucharas llenas de crema de chantilly llegaban a su boca entre sonrisas como quien ama su soledad acompañada de extraños.

Colgué el celular casi sin dar explicación y lo guardé en el bolso. Una mesera sin cara me entregó mi plato, tomé el tenedor, le sonreí a mi amiga en la mesa del frente y, como saltando dentro del remolino, me uní a las mil voces del lugar.

Al principio me dolían los ojos, como cuando te los aprietas muy duro y la visión se torna negra con figuritas psicodélicas flotando. Pero de repente, comenzaron a aparecer siluetas borrosas. Un par de luces amarillas,  un par de Ojos Amarillos sentados junto a mí, agarrando mi mano con fuerza. Quise decirle algo, pero al instante noté que la mesa se empezaba a estirar, a estirar, a estiraaaaaar.

Aparecieron allí Maravilla y su novio, riendo sin parar como suele suceder cuando se está con ella, y Pokemón, a mi lado, olvidando que alguna vez nos dejamos de hablar. Mamá sonriendo (pero de verdad) al lado de papá, y mis tres hermanos.

Amigo Inocente acompañado de una niña a la que, por fin, aprendió a querer, y My Dear y Culicagado, como los recuerdo 4 años atrás, antes de que el mundo los comiera. Los acordes de una guitarra principiante en algún lugar. Mis primas y tías, incluso la que ya murió, y una gata gris y blanca caminando por entre los pies.

Al final, entre la niebla de la mesa que no paraba de crecer, estaba Isabel, mirándome a los ojos con miedo de haber llegado muy pronto.

Luego, una silueta más, acercándose a mí.

– Señorita, señorita, ¡señorita!

Abrí los ojos un poco más, un delantal, una mirada molesta, un aterrizaje sin previo aviso contra el cemento duro de la realidad.

– Esta es la cuenta. Ya vamos a cerrar.

Hablar de otras cosas

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Hablar de otras cosas
del viento que mueve las hojas de la plaza del pueblo,
la paloma volando encima de mi cabeza,
del sol sobre la hoja en la que escribo.

Hablar de otras cosas,
de la tranquilidad fingida en la que viaja mi lapicero,
mi espalda contra la iglesia blanca,
las uñas de mis dedos que debería ya cortar…

Hablar de otras cosas,
escribir de otras más,
para callar la piedra en la garganta que quiere explotar,
ahogar recuerdos de lágrimas ajenas
– dolores compartidos –
para no mirar a la iglesia blanca detrás de mi espalda
quemándome la piel.

Hablar de otras cosas,
escribir de otras cosas,
buscando silenciar las demás.

Tengo Miedo

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Los perros no ladraron cuando toqué el timbre.

Luego vino un poco más de silencio, los pasos acelerados de mi mamá acercándose a la puerta, la perilla rechinando, mi prima cabizbaja en el comedor.

– Quédate con tu prima – me dijo evitando que sus ojos rojos chocaran con los míos, luego se volteó hacia mi hermano – tú, llévame al hospital.

Me senté junto a ella cuando nos quedamos solas, pasé mi brazo por sus hombros. Su madre de nuevo en el hospital, semanas de drogas inservibles, vómitos, miedos, la muerte rondando en los pasillos de la casa a diario y yo sin saber qué decirle, sin saber qué decirme ni a mi misma…

Me pidió que habláramos de otras cosas, que le contara de mis nuevas historias de amor. Le sonreí a ese romanticismo que se lleva en el corazón en la adolescencia y comencé a hablar, incluso inventé un poco para hacerla feliz.

Pero el miedo no se fue, aun no se ha ido. Se quedó escondido en aquel rincón oscuro que siempre tiene el alma pensando en los perros que ya no ladraban cuando sonaba el timbre…

 

IDIOTA

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¡NO PUEDO CREER LO IDIOTA QUE ES! Es un niño de 12 años, es más… ¡NI SIQUIERA… de OCHO! Es increíble toda la energía que he invertido en esta amistad…

– Tú mamá me intimida, siempre siento que me está psicoanalizando… – Me dice saliendo de cine
– Eres demasiado empeliculado, mi mamá es de lo más normal – le respondo riendo
– ¡Pero no puedes negar que a veces ha dicho cosas muy ciertas de mí! – cruza los brazos
– Bueno, puede ser cierto… eso que no te imaginas lo último que me dijo. – En ese instante me arrepiento de haberlo insinuado.
– ¿Qué te dijo?
– No te voy a decir
– Dime!
– No te voy a decir, es una bobada
– Dime, dime, dime

(Media hora después y ya un poco más serio)

– Dímelo en serio.
– Que no te voy a decir nada, no me conviene, no quiero.
– Tú sabes que yo odio rogar…
– No te diré…

(10 minutos de silencio, él para un taxi)

Dos días después no me habla, no existo, me ha borrado del planeta. ¡Me impacta su capacidad de reaccionar maduramente!

¿SABES QUÉ PEDAZO DE PENDEJO? ¡MI MAMÁ SENCILLAMENTE ME DIJO QUE DEJARA DE SER BOBA, QUE TÚ ESTABAS TRAGADO DE MÍ!

¿Por qué no te digo?

Porque no le creo…

Risas desde el otro lado de la puerta

Mi mamá se ríe con los pacientes, ¡nunca lo había notado! Desde la sala de espera, en mi papel de secretaria de remplazo fracasada, oigo las carcajadas de ambos y me parece maravilloso.

Todos entran cabizbajos, intimidados… se abren a contarle sus cuentos a mi madre y ella encuentra detalles divertidos en lo que ellos veían deprimente, entonces quizás entienden que la vida no es tan tan terrible y comienzan a reir a la par.

Wow!

Cuando llegó la vida me bajé de mí para no molestarla con preguntas.

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He empezado a ayudar a mi madre a escribir el libro que siempre ha querido publicar sobre infidelidad, creo que llega justo a tiempo la misión, he malgastado demasiado tiempo pensando en lo mismo (en el mismo) Ahora el propósito es clavar mente y corazón a la causa, con ello borrar lo que estorbe.

Canción prohibida: If it kills me…
Cosa que haré a continuación: creo que la pondré nada más una vecesita 🙂

Él publicó sabiamente – aunque no sepa en realidad de qué hablaba – una frase en facebook, «IM DONE» Bueno, supongo que yo estoy más que DONE, estoy fundida.

Cogeré un borrador bien bueno, agarraré mi corazón a la fuerza y me pondré manos a la obra a eliminar todo sentimiento pendejo. Creo que entre infidelidad y los líos idiotas de Amigo Inocente, me quedo con los cuentos amarillistas de amantes e hijos suicidados que mi madre quiere publicar.

¿Puedo igual oir una última vez la canción? 🙂