
Hay algo en este blog que siempre me obliga a regresar. Durante los últimos días he estado arreglándolo, así como se arregla un cuarto útil al que solo entras cuando buscas algo que se te ha perdido. Es necesario, de vez en cuando, ordenar las cosas perdidas, porque no es lo mismo buscar un martillo o el árbol de la navidad, el amor o la melancolía. Por allá un día ando buscando una ciudad y me tropiezo con el montonsito de pájaros de origami.
He organizado las categorías, actualizado las etiquetas, incluso he intentado poner imágenes a las entradas de los primeros años. Esto último es muy extraño, porque es intentar volver a verme en el pasado, e imaginar qué colores, qué formas, qué imagenes habría usado. Seguro me he equivocado en todas, mirarme en el pasado es casi lo mismo que espiar a una extraña caminando en un centro comercial e intentar adivinar de qué color pintaría sus paredes.
Volver a este lugar, al cuarto útil para guardar silencios y ausencias, es como volver a mirar las fotos que nadie nunca toma. Las de los velorios y los días feos, las de la desnudez, las de la felicidad tan amarilla que quema los lentes. Supongo que eso es escribir, desnudarse un poco, quemar los lentes.
Poniendo las imágenes y corrigiendo los formatos, volví a releer la mayoría de las entradas. Es casi mágico ver cómo creces y cambias en frente de las letras, cómo se mueven los problemas, las temáticas, los verbos, cómo al principio todo es tan transparente y dices con toda tranquilidad me gusta mi mejor amigo pero tengo novio y, en cambio, ahora, la escritura es cada vez más código, ilegible, es como si al comenzar las palabras fueran ventanas y ahora fueran llaves, o candados.
Este siempre será el problema, supongo, decidirse a usar la escritura para esconder o para liberar.
Qué extraño, qué extraño. Seis años de silencios dentro de este blog. Aquí estoy, después de una carrera en Periodismo, después de una maestría en Escritura Creativa, después de tres amores y cuatro ciudades, después de tres gatos y seis empleos, y sigo siendo la misma chiquita debajo de las cobijas en la Fría Ciudad que se puso una noche a abrir un blog porque vivía tan ausente del mundo real que había botado seis celulares en un año, porque comenzaba a entender que hay que andar silenciosa para que las cosas que nunca se dicen pesen menos cuando se vuelvan letras.
Aquí estoy. ¿Y ahora qué?