Lo admito, estoy inmensamente triste. No encuentro cómo expresarlo, ni siquiera entiendo por qué me duele de esta manera. Quizás contárselos alivie un poco el dolor…
Mi país está pasando por un invierno muy fuerte, largas lluvias han azotado al país desde diciembre y el asunto no parece detenerse. Miles de familias pobres y campesinos han perdido sus casas y sembrados a manos del agua, de los ríos que se desbordan. Lo admito, yo ignoré las noticias. Quizás, desde la comodidad de mi apartamento, mientras me tomaba una coca cola, dije: «Ey, qué pesar de esta gente…»
¡La realidad ajena es tan fácil de ignorar!
El lunes en la mañana, luego del receso de semana santa, me despertó el teléfono. Era mi madre.
– ¡Ausencia, prende el televisor YA y pon las noticias!
Aún medio dormida, busqué a tientas el botón de encendido. Las imágenes que encontré me hicieron olvidar del sueño:
Todo el campus de mi universidad yacía bajo el agua.
El río que pasaba cerca se desbordó debido a la lluvias y ni siquiera una de las universidades más grandes del país se pudo salvar del agua. El agua tapó el primer piso de cada uno de los bloques, las canchas pasaron a ser piscinas, las cafeterías son ahora solo tejas flotantes…
Hoy he viajado de vuelta a mi ciudad, las clases están canceladas indefinidamente y no puedo evitar sentirme completamente perdida. Es la primera vez en mi vida que no quiero estar aquí.
Y veo a los estudiantes de universidades públicas burlarse de nosotros, a muchos echarnos en cara que solo notamos el invierno cuando este nos afectó a nosotros, a los noticieros mostrar una y otra vez las imágenes y yo…
Yo ya no quiero pensar, es ahora mi cabeza la que ha quedado inundada.