Inundada

sabana
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Lo admito, estoy inmensamente triste. No encuentro cómo expresarlo, ni siquiera entiendo por qué me duele de esta manera. Quizás contárselos alivie un poco el dolor…

Mi país está pasando por un invierno muy fuerte, largas lluvias han azotado al país desde diciembre y el asunto no parece detenerse. Miles de familias pobres y campesinos han perdido sus casas y sembrados a manos del agua, de los ríos que se desbordan. Lo admito, yo ignoré las noticias. Quizás, desde la comodidad de mi apartamento, mientras me tomaba una coca cola, dije: «Ey, qué pesar de esta gente…»

¡La realidad ajena es tan fácil de ignorar!

El lunes en la mañana, luego del receso de semana santa, me despertó el teléfono. Era mi madre.

– ¡Ausencia, prende el televisor YA y pon las noticias!

Aún medio dormida, busqué a tientas el botón de encendido. Las imágenes que encontré me hicieron olvidar del sueño:
Todo el campus de mi universidad yacía bajo el agua.

El río que pasaba cerca se desbordó debido a la lluvias y ni siquiera una de las universidades más grandes del país se pudo salvar del agua. El agua tapó el primer piso de cada uno de los bloques, las canchas pasaron a ser piscinas, las cafeterías son ahora solo tejas flotantes…

Hoy he viajado de vuelta a mi ciudad, las clases están canceladas indefinidamente y no puedo evitar sentirme completamente perdida. Es la primera vez en mi vida que no quiero estar aquí.
Y veo a los estudiantes de universidades públicas burlarse de nosotros, a muchos echarnos en cara que solo notamos el invierno cuando este nos afectó a nosotros, a los noticieros mostrar una y otra vez las imágenes y yo…

Yo ya no quiero pensar, es ahora mi cabeza la que ha quedado inundada.

Cuando las obsesiones…

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Hace una semana estaba al borde de una crisis crónica de aburrición en la tienda. Era un domingo lluvioso y al parecer todos los clientes habían decidido pasar la tarde debajo de cobijas calientes y un televisor prendido.

Lejos de las voces de los 5 morbosos asesores hombres con los que me tocaba lidiar cada fin de semana, recostada contra un pequeña silla, miraba la vitrina e intentaba pensar en cosas, en lo que fuera. Quizás en el reencuentro del jueves anterior, en los adioses que tanto se idealizan y al final no son más que delirios de historias, pero nada se quedaba en mi cabeza.

Entonces uno de los asesores, el que me enseñó que los hombres evalúan los atributos de las mujeres basándose en la altura de los tacones y el tamaño del trasero, puso su USB en el computador de la tienda. Todos se reunieron alrededor el viejo computador y yo terminé por acercarme.

Tenía un largo playlist de las canciones que más le gustaban y algunos videos. Algo de Nirvana, Metallica, quizás Tracy Chapman y Led Zeppelin. Nada que me disgustara, nada que conociera demasiado. Desobedeciendo las órdenes de la empresa, el cajero cambió la monótona «música oficial de la marca» y llenó la tienda de rocksito. Algunos clientes entraron y yo me fui a atenderlos.

– ¿Tienen chaquetas de cuero?

– Si claro, todas las que están ubicadas a este lado son las de hombre, y estás son las de mujeres.

– Oh, ¡qué lindas están! ¿qué precio tienen?

Se lo dije, y el cliente salió corriendo de la tienda. Siempre sucedía. El caso es que volví a la caja, y empezaba un video de Guns n Roses, grupo que casi no conocía. Los demás asesores atendían y yo, sin nada más que hacer, fijé los ojos en la pantalla sin mucho interés. Alguien silbaba…

Shed a tear ‘cause I’m missing you
I’m still alright to smile
Girl, I think about you everyday now

Y entonces… ¡No puedo explicarlo! Me perdí, por 4 minutos se me olvidó todo lo que sucedía alrededor. Los otros vendedores se hacían millones y yo, con los ojos clavados en un rockero pelilargo, con pañoleta alrededor de la frente y brazos llenos de tatuajes…

Pasé toda la semana en un enamoramiento crónico, fue mi retorno obligatorio a la adolescencia cuando no se quiere crecer, ni salir de la Universidad, ni pensar en dónde trabajar. Me aprendí todas las canciones del grupo, compré un gran afiche que pegué en la puerta de mi habitación y cambié a todos los amores que alguna vez tuve por un Axl Rose que sacó un video el mismo año que yo nací.

– ¿Qué es lo que te pasa, Ausencia? ¿No ves que ese tipo tiene casi cincuenta años, está gordo, feo y gastado? – me dijo un primo riéndose de mis últimos tweets.

– ¡Pero es que yo me he enamorado del que silba en Patience, 21 años atrás! – le respondo, muy indignada.

Pero a escondidas, sin que nadie se de cuenta, yo también me rio de mí misma y de mi absoluta incapacidad de enamorarme de seres humanos reales y remotamente alcanzables.

Un año después de algún adiós

Ya pasó un año, un año entero desde aquel adiós. Recuerdo esa noche como si la hubiese grabado en vídeo para verla día tras días.
Estábamos sentados en McDonalds como dos desconocidos. Habíamos pasado la última hora intentando aclarar las cosas pero chocaban nuestras palabras unas contra otras. Yo buscaba alguna solución, no sé él qué haría allí sentado. Pero entonces el silencio se tomó la mesa, un silencio frío, un silencio final; ya no teníamos nada que decirnos, solamente 3 palabras más que él pronunció secamente:
– ¿Nos vamos ya? – dijo, poniéndose de pie y cogiendo su morral.
Me paré de la mesa y caminamos hacia la calle, cruzamos juntos. Se hacía tarde, el frío me hacía temblar debajo de mi delgado saco de lana, por la calles no pasaba ni una sombra. Sin siquiera esperar que llegara mi bus, se despidió con cualquier beso en la mejilla y se fue sin mirar atrás.
Yo lo miré mientras se alejaba, hasta que a su figura se la tragó la oscuridad.

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Hace un año la oscuridad de la noche de tragaba su imagen, hoy se la ha tragado el olvido.