Cuando mi celular comenzó a alumbrar sobre la mesa, lo tomé de un golpe y caminé hacia el parqueadero del restaurante
– Hola, ¿cómo estás?
– Muy bien, aquí con mis hermanos en los juegos del centro comercial, ¿y tú?
– Comiendo con mis papás, ya sabes, mañana día del padre
– Ah, claro…
– ¿Querías que habláramos de algo? – le dije para no perder más tiempo
– ¿Hay algo de lo que quieras hablar?
– Pues no, sencillamente estábamos borrachos y nos dimos algunos besos, eso es todo. Igual seguimos siendo amigos.
– ¡Súper me parece!
– Bueno, hablamos luego que mis papás me esperan en la mesa.
– Chao, que estés bien.
Por un instante me sentí tan adulta, capaz de hablar las cosas sin pelos en la lengua. Luego mi estómago comenzó a arder con fuerza, ¡qué extraño se sentía ser capaz de no sentir nada, qué extraño era llamar a eso madurez!
Si eso era crecer, preferiría haberme quedado 5 años atrás, con mi cabeza recostada en el hombro del primer niño que quise sintiendo como mi estómago daba mil vueltas.