El problema del ‘amor-real’

Untitled-1Yo creo que el amor es una combinación imposible de ‘su malgenio’ y ‘mi manera de quedarme callada cuando no me siento bien’, o de ‘mi desorden’ y su ‘obsesión por la puntualidad’.

El amor ha llegado varias veces. Con los dientes torcidos, con el pelo hasta los hombros, vestido solo de color negro, con los ojos amarillos. Ha llegado sin saber qué hacer con su futuro o con tanta certeza de saberlo que me borra del paisaje. Ha llegado incluso con mal aliento.

El amor también se ha ido.

Vamos separándonos y juntándonos unos con otros, y traemos canciones de otros, cuerpos de otros, besos de otros, tristezas de otros. Y cuando nos juntamos, a veces parecemos 32 en vez de dos.

Ayer entré a un edificio de oficinas, iba con mi bolso y mi computador, a reunirme con un cliente. El sol golpeaba las ventanas y mientras caminaba, pensé que quizás debía haberme maquillado un poco más. Entonces recordé que 10 años atrás había estado en ese mismo edificio, con el uniforme del colegio.

Casi me podía ver, casi la podía ver. Corriendo junto a él, bajo la lluvia, y refugiándose en el hall de oficinas en el que estaba apunto de entrar. La vi con la falda de cuadros a la rodilla y el pelo tan mojado que parecía negro, la vi muerta de la risa, agarrada de la mano de alguien al que hace años no volví a ver.

Al verla, supe que le había cumplido muchas cosas que deseaba. Si pudiéramos vernos cara a cara, ella se alegraría de encontrarme sin tacones ni maquillaje, con el pelo largo aún suelo. Y moriría de emoción al saber que nos iremos pronto a estudiar escritura creativa a Inglaterra. Pero del amor… ¿qué me diría del amor?

Ella estaba convencida que el amor debía ser algo así como una historia, que incluía una escena en la que la pareja se daba besos bajo la lluvia.  Aunque en el fondo sabía que no estaba enamorada, quería esconderse junto a él mientras pasaba la lluvia, porque el amor debía parecerse a eso, a apretarse el uno con el otro cuando hacía frío.

Yo no le puedo dar el amor que ella quería, porque sé que es imposible exigirle al amor que sea igual al de una película. Pero debo aceptar que, diez años después, aún me cuesta el concepto de «amor-real». Ese amor que a veces está más callado, a veces no se entiende, a veces quiere estar solo.

Aún me cuesta entender que el amor nunca va a llenar todos los espacios en blanco.

Últimos días

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Soñé que era el último día de colegio. Nos asomábamos por la ventana del salón y escuchábamos los gritos de alegría escapar de los demás salones, mientras un montón de bombas de colores se perdían en el cielo. Era el último día, el último. La profesora pasaba por cada puesto repartiendo un poema de despedida. Nos mirábamos las caras, los papeles de evaluaciones que nunca volveríamos a ver regados por el suelo, los zapatos rojos y la falda de cuadros…

Esa sensación de estar parada en un momento que jamás volverá a suceder, que pasarán siete años y estaremos sentados en una oficina, escribiendo sobre un sueño en vez de trabajar, se me ha quedado pegada a la piel. Porque la vida nunca será así clara con los finales y los principios, como en el último día de colegio donde se sabe con certeza en ese momento no se va a repetir, nunca, nunca, nunca. Porque jamás volverás a estar sentada frente a un tablero, con la falda de cuadros y los zapatos, y un corazón que quiere salir huyendo.

Quizás me hacen falta esos finales, esa sensación de que la vida es una serie con final de temporada y luego un largo verano, no una repetición de días y días, no una repetición de días y días, no una repetición de días…

Una vida de cemento

Chema-Madoz-Tree

Recuerdo un ejercicio de clase de gimnasia en el colegio. La profesora llevó a todo aquel ruidoso y desordenado grupo de niñas de 10 años al muro más lejano del colegio. Un muro gris de concreto, tan alto como para que nos fuese imposible escapar.

Entonces nos pidió que pusiéramos nuestras manos contra el cemento. Cada una de nosotras miró hacia los lados, preguntándose qué pretendía hacer la señora. Aún así, y porque en el colegio mandan todos menos uno, hicimos caso.

Una mano
otra mano
el muro

– ¡Ahora – nos dijo, levantando la voz – empujen lo más fuerte que puedan, hagan que el muro se mueva!

Recuerdo, más allá de nuestras caras y comentarios, el sentimiento de impotencia.

Fuerza
impulso
desespero
las piedras dejando marcas en nuestras manos
los dedos fundiéndose con las sombras del muro

Pero ante todo,
más que todo,
estaba la certeza
que jamás moveríamos
ni un solo centímetro
del muro
que nos separaba de la libertad

¿y si la vida consistiera sólo en eso, en empujar muros que jamás se moverán?

Había una vez, en el colegio…

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Durante la época de colegio, había una sensación que nunca se me quitaba, y era la de sentirme atada por un alfiler a una silla en la que no quería estar, obligada a poner atención a un tema del cual rara vez quería aprender. De esa manera nació el cuaderno azul, un montón de hojas en donde desahogaba mi desespero mientras las profesoras juraban que estaba tomando nota atentamente.

Hace unos días lo reencontré y pasé horas leyéndolo. Me hizo sonreir TANTO que decidí compartir con ustedes un relato escrito allí.

16/02/2006

Estábamos en clase de filosofía cuando de repente un gran dinosaurio verde con su enorme pata destruyó el techo del salón. Cada una de las alumnas quedó boquiabierta mirando aquel grandísimo animal verde, casi como si pensaran que había sido sacado de la imaginación de alguna de las alumnas distraídas.

El dinosaurio se sacudió su cabellera totalmente roja e increíblemente parecida a la de la niña que hacía nada había pasado frente a la ventana, luego con una voz más agua de lo que nos hubiésemos imaginado, dijo:

«He sido llamado de repente por alguien con urgencia de imaginación…»

Pero antes de que alguna pudiera decir algo, el tiempo se empezó a devolver, las piezas del techo volvieron a su lugar y el pie del dinosaurio se quito de encima del primer puesto de la primera fila.

En un instante nadie recordaba nada, tan solo aquella que con su imaginación lo había llamado. Ella era la única que sonreía al pensar que la clase había sido más divertida para si que para las demás.

A veces extraño a quien solía ser 🙂

De la mano, caminando a Cuba

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– Hagamos una cosa – le dije aburrida del silencio que se extendía por toda la invitación a comer luego de que el mesero había tomado nuestra orden – juguemos a las preguntas

– Está bien, pero si tú empiezas… – me respondió sonriendo.

Así comenzamos un juego que duraría toda la cena, me sorprendió que no era malo preguntando y además le encantaban mis respuestas.

– Te toca… – le dije luego de haber terminado hasta el postre.

– Ehh… – se mordió los labios como quien se esfuerza por sacar algo interesante de su cabeza – ¿qué es lo más grande que han hecho por ti, por amor?

***

Lo pensé por un instante, entonces te recordé. Hace tiempo no pensaba en aquellos días del que ahora parece un lejano pasado.

¿Te acuerdas Krum? Antes de que se enterrara todo en el olvido y cada uno hiciera su vida en otra ciudad, éramos la típica pareja de novios de secundaria, tú un enamorado iluso y yo una escritora principiante intentando entender qué era amar. Todos los lunes ibas a visitarme, juntos caminábamos por un helado hasta el centro comercial que quedaba a unas pocas cuadras de mi casa. Pero aquel día algo se complicó en el trabajo y llegaste a las siete de la noche. Era demasiado tarde para caminar hasta allá, quizás ya habrían cerrado el local.

Me abrazaste tiernamente y mirándome a los ojos, me preguntaste qué haríamos aquella noche. Lo pensé por un instante, sonreí y convencida te respondí que caminaríamos hasta Cuba, quedaste paralizado. Sospecho que te comenzabas a acostumbrar a mis arranques de locura pero aun sonrío al recordar tu cara.

– Ausencia ¿cierto que tú sabes que Cuba está rodeado de mar y no podríamos llegar jamás caminando?

– No me importa, hoy quiero ir a Cuba… – crucé los brazos y me quité de tu abrazo.

Terca como una niña malcriada, salí por la portería del edificio y comencé a caminar loma arriba. Tú, que habías tenido entrenamiento de fútbol en la mañana y luego trabajo toda la tarde, que sabías con certeza que yo vivía en la parte de abajo de una loma empinada y larga, saliste detrás de mí.

Nos demoramos 2 horas y media subiendo la loma, hacía frío y amenazaba con llover, además sabías que era bastante obvio que jamás llegaríamos a donde yo pretendía. Pero seguiste allí, todo el camino con mi mano entre la tuya, sólo porque a tu novia, así de repente, se le había ocurrido que quería llegar a Cuba esa misma noche.

***

– Alguna vez – le dije, aun sabiendo que jamás lo entendería – un niño del pasado me acompañó caminando a Cuba…

Antes de que él se quitara la cara de confusión de encima, comenzó a sonar mi celular. Mil mariposas se adueñaron en un instante de mi estómago, mis manos temblaron al acercarlas al bolso…

¿y si fueras tú?