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He intentado entender cómo se llega a esa noche en la que nos sentamos a tomar una cerveza y descubrimos que es el final, así como si nada. Pienso en la totalidad de momentos que tuvieron que sumarse para que, dos años después, alguno dijera tenemos que terminar, y el otro respondiera probablemente sí.
Cómo se dibuja un principio, como una promesa de encontrar algo – lo que sea – juntos. Cómo se comienza, se aprende, se soporta, se destruye, se repara, se finge, se ama, se decide que tenemos que terminar, porque ya es el final.
Ya es el final
Ya es el final
Ya es el final
(Así aún nos queramos)
Ya se acabaron las páginas en blanco, ya se acabó la tinta, ya se acabaron las fuerzas. Y yo quedo detenida en una especie de limbo. No lloro. Es como si todo estuviese en pausa.
No tiene sentido el drama, porque todo es correcto. Actuamos correctamente, como se-debía-hacer-porque-es-nuestra-responsabilidad-crecer-cada-uno-por-su-lado.
Estoy escribiendo por escribir, porque es escribir es más fácil que decidir en qué pensar y yo tengo la mente en blanco desde que llegue a casa, luego de despedirnos, porque no tiene sentido para mí que dos personas se juren amor eterno, le pongan nombres a tus futuros hijos, dibujen pájaros de origami por las paredes de la habitaciones, y luego, un día, cualquier día, luego de una cerveza, uno diga tenemos que terminar y el otro responda probablemente sí.
Este final parece de plástico.