Londres

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Londres es muy grande. Nos subimos al tren y aparecemos en mundos paralelos. El otro día aparecimos en Arabia Saudita; todas las mujeres iban tapadas de pies a cabeza y los letreros de los locales estaban en un idioma que ninguno de los dos entendíamos. Después, tomamos un bus y quince cuadras más tarde estábamos en un barrio donde todos los hombres vestían túnicas negras, sombreros de copa y llevaban rulos rubios al lado de sus orejas. Yo me quise reir un poco porque nunca había visto algo así pero el límite entre reirse y respetar las diferencias se me confunde todo el tiempo.

Por ejemplo, Bonito dice que tengo que superar el tema de las mujeres tapadas de pies a cabeza, aunque fue él el que el primer día me dijo al oído: Mira Bonita, una ninja! y yo no supe si reirme o regañarlo. Eso no se ve en Colombia y me enloquece pensar que uno no tenga permiso de mostrar su cara en público. Pero en fin. Hay cosas que me traumatizan más que eso: las niñas que salen a rumbear casi desnudas. Sí, uno puede hacer lo que se le venga en gana, pero hace un frío infernal. En Bogotá les dirían calentanas, pero acá eso las convierte en verdaderas londinenses.

La casa donde vive Bonito es Latinoamérica en pequeñito. En uno de los cuartos de arriba duermen dos hermanas de República Dominicana y cada que alguna abre la puerta se escapan pedazos de canciones de bachata. Que el corazoncito es mío, mío, mío, mío, míoooo. En el cuarto del primer piso viven Jahir y su hijo de 16 años. Jahir trabaja de 5 de la mañana a 11 de la noche y no sabe una palabra de inglés.

Es que en Londres nadie habla inglés. A mí me gusta escuchar conversaciones pero en las calles, en el Tube y en los cafés solo encuentro sonidos incomprensibles. Sé distinguir el francés, el italiano y el español de España, pero nunca logro entender lo que dicen. También oigo cosas rarísimas, idiomas que suenan como la voz de un doctor cuando te receta una medicina, o como la letra grande y redonda de un niño cuando apenas está aprendiendo a escribir. Al menos todos sabemos cuatro palabras: sorry, please, excuse me, thank you.

A veces pienso que me voy volviendo loca de ver tantos contrastes y de pensar que una ciudad tan grande pueda funcionar con solo cuatro palabras en común. Y la cabeza me duele de recordar que en Medellín todos nos damos cuenta cuando alguien usa una camisa del color que no debería, pero el otro día en Londres se sentó a mi lado un señor con barba, vestido de flores y tacones, y nadie lo miró.

Huellas

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Sé que me encanta la soledad, pero que bonito es también volver a mirar la vida y verla llena de huellas.

Las huellas de una tarde recorriendo Medellín y hablando de Rayuela, el sonido de dos voces desafinadas cantando en un Transmilenio, que me acompañes a caminar hasta Cuba, una conversación infinita en Juan Valdez donde nos damos cuenta que nos parecemos mas de lo creíamos, caminar borrachos por la ciudad dormida, quedar sin voz luego de un concierto de una banda que nunca habíamos escuchado antes, recorrer las calles de una ciudad donde nadie mas habla nuestro idioma.

Quisiera poder recordarlo todo en paz, como quien pinta un cuadro y sabe que cada color valió la pena.

Historias con canciones

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Te pedí que no me llevaras a mi casa. Me dijiste que podíamos tomar una cerveza, en el sitio de siempre. Parqueamos la moto y caminamos cogidos de la mano hasta el bar. Sabías que me pesaba el alma y quería llorar por él. Él me había hecho daño y yo lo había querido un montón. Sabías que no quería volver a él.

No quiero quedarme sentado, 
No quiero volver a tu lado
Creo me gusta así.
Ya paso el tiempo y espero saber por qué
Estando tan lejos no te quiero ver.

Pedimos dos cervezas y te dije que iría un momento al baño. Cuando volví, mirabas tu celular distraído. Estar allí podía ser la situación más extraña de mi vida, porque aún lo quería a él y tú lo sabías, porque quería estar contigo y aprenderte a querer, y tú también lo sabías.

Adentro llueve
y parece que nunca va a parar
Y va a parar.

Teníamos un miedo tan inmenso que llenaba todo el bar, se sentaba en las sillas y pedía cervezas. Como no sabíamos qué decirnos, decidimos darnos un beso. Entonces empezó a sonar una canción.

Ya no duele el frío que te trajo hasta acá
Ya no existe acá
No existe el frío que te trajo.

Y nuestro beso duró toda la canción.

Cantando a pesar de las llamas.
Lalalalala
Gritando con todas las ganas. 
Lalalalala

Nunca supe explicar lo que había pasado en ese momento. Pero ahora, cuando ha pasado el tiempo, por fin lo entiendo. Fue allí cuando entendiste que estaba triste y que iba a tomar tiempo en curar, fue allí cuando entendí que no te importaba, que ibas a luchar conmigo.

Gracias.

 

Quédate

with you it is different

Cuando me reencontré contigo estaba desbaratada. Tú no tenías afán, eso me dijiste.

Tenías todo el tiempo del mundo para caminar alrededor mío, recogiendo uno a uno los pedacitos. Los tristes, los que tenían miedo, los que querían correr.

Me fuiste armando de nuevo, pieza por pieza. Luego, me abrazaste tan fuerte que todas las piezas flojas comenzaron a hacer parte de mí una vez más.

Quédate. Quédate a mi lado muchos meses más.

Tres semanas en Bath

IMG_20140921_160924Quisiera que entendieras, cuando te digo que hay algo diferente en la manera en la que la luz rebota contra las cosas, en la que el viento levanta las hojas marrones del suelo. La conexión a Internet, que siempre nos falla, no me alcanza para describirte las calles de este pueblo mágico, en cuyas las montañas encuentro castillos y en una esquina me tropiezo con la casa de Jane Austen. A veces, o casi siempre, me cuesta recordar que no estoy soñando.

Ya te lo he dicho miles de veces, pero te quiero contar otra vez que mi casa parece sacada de un cuento, con su forma triangular, su túnel de árboles para llegar a la puerta y la chimenea asomándose en el punto más alto del techo. Mi universidad es un castillo y por las noches, cuando ya se han acabado las clases, me voy a recorrer las escaleras de madera, las puertas que no llevan a ningún lugar, la sala a la que se supone que no podemos entrar.

Te he dicho mil veces, pero quiero que tengas la certeza de que llegará el día en el que te podré tomar de la mano y llevarte a cada lugar; a las calles, los caminos, los castillos, a esa esquinita de mi cama donde podremos volver a dibujar nuestra pequeña ciudad.

Ella

TAMAÑO-MATIZ

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Ahora que caminas a mi lado, quiero hablarte de alguien que quizás ya has visto.  

Ella es de color amarillo. Es un fantasma de color amarillo y siempre está un paso detrás de mí. Se queda muy callada cuando me rodea la gente, pero cuando estoy sola, se sienta junto a mí y me mira de reojo.

A ella le gusta esperarme en las esquinas de los días lluviosos, en los sueños o detrás de algunas canciones.  A veces me hace llorar, la fantasma amarilla, porque no logro entenderla. No está allí con los recuerdos pasados ni cuando el presente me hace daño.  A veces no tiene argumentos, ni deseos, pero siempre sigue ahí, sentadita en la banca de mis silencios.

Pero hay noches, como la que viviste ayer, donde ella sale de su escondite y revienta mis pupilas. Entonces me quiebro, me rompo.

No tienes que hacer nada, solo quédate algunos minutos allí y déjame esconderme de ella en tus hombros.  

El problema del ‘amor-real’

Untitled-1Yo creo que el amor es una combinación imposible de ‘su malgenio’ y ‘mi manera de quedarme callada cuando no me siento bien’, o de ‘mi desorden’ y su ‘obsesión por la puntualidad’.

El amor ha llegado varias veces. Con los dientes torcidos, con el pelo hasta los hombros, vestido solo de color negro, con los ojos amarillos. Ha llegado sin saber qué hacer con su futuro o con tanta certeza de saberlo que me borra del paisaje. Ha llegado incluso con mal aliento.

El amor también se ha ido.

Vamos separándonos y juntándonos unos con otros, y traemos canciones de otros, cuerpos de otros, besos de otros, tristezas de otros. Y cuando nos juntamos, a veces parecemos 32 en vez de dos.

Ayer entré a un edificio de oficinas, iba con mi bolso y mi computador, a reunirme con un cliente. El sol golpeaba las ventanas y mientras caminaba, pensé que quizás debía haberme maquillado un poco más. Entonces recordé que 10 años atrás había estado en ese mismo edificio, con el uniforme del colegio.

Casi me podía ver, casi la podía ver. Corriendo junto a él, bajo la lluvia, y refugiándose en el hall de oficinas en el que estaba apunto de entrar. La vi con la falda de cuadros a la rodilla y el pelo tan mojado que parecía negro, la vi muerta de la risa, agarrada de la mano de alguien al que hace años no volví a ver.

Al verla, supe que le había cumplido muchas cosas que deseaba. Si pudiéramos vernos cara a cara, ella se alegraría de encontrarme sin tacones ni maquillaje, con el pelo largo aún suelo. Y moriría de emoción al saber que nos iremos pronto a estudiar escritura creativa a Inglaterra. Pero del amor… ¿qué me diría del amor?

Ella estaba convencida que el amor debía ser algo así como una historia, que incluía una escena en la que la pareja se daba besos bajo la lluvia.  Aunque en el fondo sabía que no estaba enamorada, quería esconderse junto a él mientras pasaba la lluvia, porque el amor debía parecerse a eso, a apretarse el uno con el otro cuando hacía frío.

Yo no le puedo dar el amor que ella quería, porque sé que es imposible exigirle al amor que sea igual al de una película. Pero debo aceptar que, diez años después, aún me cuesta el concepto de «amor-real». Ese amor que a veces está más callado, a veces no se entiende, a veces quiere estar solo.

Aún me cuesta entender que el amor nunca va a llenar todos los espacios en blanco.

La primera noche de balcón

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Hay noches que prefiero dejar paralizadas. Se quedan allí, en ese lugar del recuerdo donde no puedo entrar muy seguido porque está lleno de errores, y los errores es mejor no recordarlos.

So I think it’s best we both forget before we dwell on it
The way you held me so tight all through the night
Till it was near morning

Pero hoy, cuando ya ha pasado más de un año, empiezo a entender que el error es algo así como una belleza no intencionada. (Alguna vez leí que la belleza es un instante en el que se encuentran por casualidad dos cosas que en sí mismas son feas, pero que juntas se transforman en pequeños milagros).

And those bright blue eyes can only meet mine across a room
Filled with people that are less important than you

Nunca entendí cómo terminé allí, en su apartamento. Recuerdo que salimos de la discoteca y todos querían seguir la fiesta en casa de él. Yo sabía que tenía que decir que no, que no iría, que yo era una niña juiciosa. Pero dije que sí, porque él me picaba en la punta de los dedos.

Todos dormían ya, regados entre los muebles y el suelo, eran las dos de la madrugada y habían tomado demasiado alcohol. Me asomé al balcón, la vista era increíble. Las luces amarillas se regaban por la montaña y se reflejaban en el cielo. Era la primera vez que estábamos completamente solos. Qué estoy haciendo aquí. Entonces sentí que se acercaba.

– ¿Te puedo abrazar?

No dije nada, no dije que no.

Creo que me había gustado desde siempre, pero de a poquitos. Un poquito en la primera fiesta, otro poquito en el ascensor, mucho más cuando conversamos por horas en un Juan Valdez. Con él se podía conversar, eso era lo que me repetía una y otra vez en la cabeza, nada más conversar.

– ¿Por qué no te puedo dar un beso?

– Porque tengo novio – le respondí, apartándolo por décima vez

Pasamos la noche conversando, analizando la vida, contándonos historias que quizás no le contábamos a nadie más, oyendo mil veces las mismas canciones… Incluso, y aunque no supiera tocar más que tres canciones, sacó su guitarra.

Luego amaneció y no volvimos a hablar en mucho tiempo. La vida se fue yendo en otras cosas, en otras ciudades lejos del balcón.

Muchos meses después, una noche en la que no podía dormir, me llegó un mensaje a mí celular. Solo decía: Abre tus ojos.

27 cosas bonitas

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  1.     La ciudad desde su balcón
  2.     Los girasoles
  3.     Caminar con los ojos abiertos
  4.     Que te agarren fuerte la mano cuando estás en medio de una lucha de gigantes
  5.     Los anuncios de Spotify a las 4 de la mañana
  6.     Los ojos azules (o verdes)
  7.     Snow Patrol
  8.     Orgullo y prejuicio
  9.     Esas canciones que nos gustan y nunca se las mostramos a nadie más.
  10.     Las conversaciones de toda la noche, acompañadas de vino
  11.     Los besos en medio de la lluvia, en la ubicación estratégica
  12.     Las cicatrices como historias para contar
  13.     Axl Rose
  14.     Que te duela la cabeza cuando quieres preguntar algo realmente importante
  15.     Cuando nos podemos reír de las cosas malas, de las caídas que duelen
  16.     Ser adultos, poder remplazar la comida por papas y crispetas
  17.     Los besos largos (y los corticos)
  18.     Que te toquen guitarra (así no sepan del todo cómo)
  19.     Ver un montón de capítulos seguidos de How I met your mother
  20.     Que te digan que estás bonita
  21.     Las personas que no tienen miedo de verte llorar
  22.     Decirle al mundo que no somos amigos
  23.     Los hombros cómodos para dormir
  24.     Que te acompañen a buscar a Dios
  25.     Cuando casualmente a la alarma del celular se le olvida sonar
  26.     Las personas que te sorprenden
  27.     El número 27

Polvo y ficción

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Despertamos muy temprano en la mañana. En la Pequeña Ciudad apenas amanecía y el frío nos obligaba a escondernos bajo las cobijas. Permanecimos en silencio, para evitar llenar el suelo con palabras que luego tendríamos que recoger. Luego él se quedó dormido de nuevo, abrazado a mi cintura.

Me intenté parar de la cama sin despertarlo, pero él abrió los ojos al primer movimiento. No te preocupes, le dije, solo voy un segundo al baño. Estaba mintiendo.

Caminé por el pequeño pasillo del apartamento, sintiendo el frío del suelo adentrarse entre mis medias de algodón. En medio de este encontré la vieja biblioteca de la familia, repleta de libros para el colegio de tres hijos que ya crecieron y enciclopedias cubiertas de polvo.

Sabía que era una biblioteca ignorada por el tiempo, por esto pasé despacito las yemas de mis dedos, como acariciando cada libro. Luego encontré una compilación de cuentos de Cortázar, sonreí casi sin querer y la saqué de la repisa.

Me senté en las baldosas frías del pasillo, apoyé el libro en mis rodillas y comencé a pasar una a una las páginas amarillas. Fue entonces que caí en cuenta de la escena, de cómo el pelo caia largo y desordenado sobre el pecho, de cómo el viejo libro se apoyaba en mi cintura, de cómo los dedos del pie se movían en el ritmo en que leía los cuentos.

De repente sentí con muchísima fuerza que quería un hombre que lo volviera loco esa imagen, la mía llena de letras y de frío de la mañana. Quise que él se despertara y me espiara desde la puerta de su habitación, como mirando el retrato perfecto. Pobre él, pensé, que aún no sabe nada, que aún no descubre mis grietas, mis vagones de silencios, mis ganas constantes de salir corriendo porque me encierro dentro de la ficción, y se me olvida la realidad.

Él despertó poco después, cuando yo había descubierto otro montón de libros en el cuarto del fondo. Pasaba las páginas de algún libro de Kundera, cuando él apareció en la puerta, gritando mi nombre. Qué linda, me dijo al verme allí sentada. Sonreí, sabiendo que aquello no era suficiente para calmar mis fantasías estéticas. Salió un momento de la habitación y regresó con un libro entre las manos.

Me explicó emocionado que ese era su libro preferido, lo había leído más de tres veces y siempre sentía ganas de repetirlo una vez más. Lo noté esforzándose por hacer parte de la escena, por encajar en mi mundo de letras.

Su libro hablaba de física, trataba de explicar la existencia de una cuarta dimensión. Era un libro viejo, la portada estaba rota y en las esquinas se acumulaba el polvo. Él se sentó a mi lado, sin parar de hablar, y yo apoyé mi cabeza sobre su hombro y lo miré con ternura

Qué tan diferentes, qué tan desconocidos, qué tan cerca nos veíamos allí sentados, en el piso frío de la habitación del fondo, él mostrándome la realidad, yo aún buscando la ficción entre libros llenos de tiempo y polvo.

Supe entonces que lo quería.