Me gusta la Fría Ciudad cuando voy colgando del bus lleno de gente y en el reflejo de la ventana veo cómo la mujer junto a mí cambia su cara inexpresiva, por una sonrisa secreta. Y yo sé que está pensando en su momento feliz.
Cuando me encuentro dos días seguidos con el mismo tipo en el bus, y lo reconozco porque el maletín que lleva en los hombros me recuerda a alguien más. Y me sonríe, él también sabe quién soy. Quizás nos volvamos a encontrar, desconocido.
Cuando el bus va tan rápido que pareciera que nos fuera a lanzar a todos a volar, aún así un bebé de 4 cuatro meses sigue durmiendo profundamente en el hombro de mamá.
Me gusta el perro que se revuelca todos los días bajo el mismo puente desolado, saber que el es feliz aunque todo alrededor sea porquería.
Conversar con el conductor del bus, oír cómo orgulloso me cuenta que mandó a sus cuatro hijos a la universidad ¡y manejando un viejo bus!
Ver esos reencuentros repentinos entre dos viejos amigos, que viajaban lado a lado en el bus y solo hasta el final del recorrido por fin se reconocen.
Volver a encontrarme al barrendero del puente, cuando han pasado dos semanas sin saber de él. Pero está de nuevo en su esquina, sonriendo al ritmo del polvo de la ciudad que levanta su escoba. Me alegra que estés bien, le digo sin que me oiga.
Me gusta reírme del vendedor de boletas del cine, cuando le compro una y me pregunta ¿cuántas? y yo le digo una, y el me pregunta de nuevo ¿cuántas? y yo le digo una, y me pregunta por tercera vez y yo le sonrío y le pido dos, una para mi amigo imaginario, a ver si me las vende de una vez.
Cuando me monto a un taxi y descubro que lo conduce una mujer, yo nunca me había montado con una mujer, le digo emocionada. Así nos vamos riendo todo el camino, hablando mal de los hombres como dos viejas amigas.
Cuando llueve y voy cantando en medio de las gotas, mientras un camionero que pasa levantando agua se burla de mí.
Encontrarme con la misma vieja cansada que vende chocolates en la salida de la parada del bus los martes en la noche. Ella no sabe que la extraño los días que no aparece.
Me gusta cómo voy llenando mis bolsillos de desconocidos,
cuerpos barridos de una foto,
pedazos de mí.

Aw, qué lindo. Me encanta.
Aw, me alegra! 🙂
este texto es una sonrisa a la vida, es bellísimo, huela alegría, desempolvas la rutina y haces zoom a lo más sencillo, lo más puro, lo mejor, lo que nunca solemos ver
Gracias John, qué lindo comentario! Esa era la intensión, hacer un zoom a lo sencillo. Un beso!
Lo cotidiano, las personas que te encuentras en tu día a día….lo que nunca nos paramos a analizar y es tan bonito…
Te superas con cada nuevo escrito. Un beso.
Qué linda Imaginativa, me hace feliz que disfrutes lo que escribo! Un abrazo amiga!
Un texto impecable, niña 🙂 Me he acordado de aquella frase final del drama «Un tranvía llamado Deseo», cuando la pobre mujer despechada y dolida por el trato de su cuñado le dice al caballero que la ayuda amablemente a levantarse del suelo (para llevarla a un manicomio, por cierto): «siempre creí en la bondad de los desconocidos».
Un beso, guapa, siento no tener más tiempo para venir a leerte, pero de vez en cuando me tendrás por aquí.
Gracias Ana! Por cierto, te cuento que hace 1 año me bajé 'Un tranvía llamado deseo' y estas son las horas en que aún sigue esperando en el escritorio del computador… habrá que vérsela!
y por acá te espero siempre que tengas tiempito! Un abrazo!
Sucede a veces que esos desconocidos cotidianos, de alguna manera pasan a ocupar un pequeño lugar en nuestras vidas.
Besos