Sobre matrimonios y premios Nobel

Después de la piñata infantil, llegamos a casa. Gabriel, entre sueños, pide seguir jugando con sus juguetes nuevos pero pronto cae dormido en su camarote. Aurora, en cambio, corre aún por la casa. Entre recoger papeles de regalos, guardar sobrados de comida en la nevera y buscar dónde dejamos la pañalera, vuelves a mencionar las pesadillas que andas teniendo.
—Llevas todo el día hablando de las pesadillas —te digo, con un pañal sucio en la mano y un carrito que casi piso en la otra—, pero no me has contado de qué se tratan.
—No me has preguntado.
—Claro que sí, y nunca me respondes.
—Mejor después, no quiero que la niña escuche.
—Es una bebé, no entiende aún.
—Bonita, no quiero hablar de eso.
Nos quedamos callados, ahora con las espaldas dobladas recogiendo los carritos y carritos que inundan la casa.
—¿Sabes que el libro de la que se ganó el premio Nobel de literatura se trata de algo casi igual a esta escena? —te digo.
Me sorprende tu sonrisa.
—Habría podido ganármelo yo.
Ahora sonrío yo. Te beso la cabeza.

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